En 1921 Carl Gustav Jung compra un terreno en Bollingen, en la orilla norte del lago de Zurich, con la intención de construir allí una vivienda y un lugar de estudio. Cumple, así, unos de los sueños que había acariciado desde la infancia: “siempre supe que tendría una casa junto al agua”. En el torreón de Bollingen Jung encuentra la paz necesaria para sumergirse en una de las aventuras de introspección más intensas de las que tenemos noticia. Es allí, en comunicación con las fuerzas naturales y sobrenaturales, donde el padre del inconsciente colectivo escribe buena parte de su obra. En los momentos de concentración, iza una bandera para indicar a las visitas que se alejen. Necesita de la soledad para sumergirse en las profundidades del ser e indagar en las secreta juntura que liga el psiquismo individual con la vivencia de lo arquetípico, un catálogo transpersonal de imágenes e historias que atraviesan la barreras geográficas reiterando aquí y allá, con la constancia de un canon, los motivos que articulan las distintas mitologías, religiones y folclores. “En Bollingen –escribe- estoy en el centro de mi propia vida, soy mucho más el sí mismo. Por momentos siento que soy uno con el paisaje, que estoy dentro de las cosas, que estoy viviendo en cada árbol, en el batir de las olas, en las nubes, en los animales que van y vienen, en la sucesión de las estaciones”.
Jung construyó el torreón de Bollingen con sus propias manos. Con toda certeza, mientras iba subiendo las paredes de piedra, hilada por hilada, pensó en la verticalidad ascendente del edificio como en un axis mundi. Allí habrían de congregarse, con el tiempo, símbolos y presencias de dioses y demonios, ascensiones y caídas, el bien y el mal, el día y la noche, lo masculino y lo femenino, la tierra y el aire, la razón y la magia, el agua que lava y el fuego que aniquila y purifica. Contra el trabajo del sueño y la asociación libre, en los que Freud había buscado la emergencia de los dos radicales absolutos de la psique, el erotismo y la muerte, Jung opone el encuentro con los símbolos que nos habitan a través de la imaginación activa y apela al proceso de individuación que hará de cada hombre una encarnación específica del inconsciente colectivo. En su libro Recuerdos, sueños, pensamientos cuenta de qué forma, “a través del trabajo científico, fui asentando paulatinamente mis fantasías y los temas del inconsciente sobre un terreno firme. Sin, embargo, la palabra y el papel no me bastaron. Tuve que reproducir en piedra mis ideas íntimas y mi propio saber, o hacer una confesión en piedra. Ese fue el principio del torreón que me construí en Bollingen.”
Carl Gustav Jung
Resulta difícil no caer en la fascinación numinosa que inspira el encuentro de Jung con su propia alma a través de dos símbolos universales: una torre y un libro; una confesión en piedra y otra en palabras y en imágenes que Jung encerraría entre las páginas, delicadamente caligrafiadas e iluminadas, de un manuscrito que ha permanecido inédito durante casi ocho décadas: el Libro rojo. “Siempre supe que toda experiencia encierra algo precioso y por ello no encontré nada mejor que escribirlas en un libro ‘precioso’, es decir, valioso, y en las imágenes revividas al pintarlas”.
Libro y torre, en cuya concepción y ejecución se demoró durante largos años, acogieron las visiones del maestro y son, hoy, dos de los lugares donde los peregrinos del alma pueden abrevar su sed de infinito. “La llave es quedarse a solas con uno mismo. Ese es el camino”. Quienes quieran aventurarse en él aprenderán, sin duda, a no retroceder ante las visiones más sobrecogedoras. En la soledad de Bollingen Jung percibió la presencia de sus antepasados, vio imágenes arquetípicas que erizan el vello y escuchó música de origen desconocido. Tal vez por ello, esta finca que parece envolver a los visitantes es una luz misteriosa, sigue siendo uno de los cotos vedados más codiciados por la parapsicología. Tendrán, también, la oportunidad de elegir camino entre la concepción freudiana del inconsciente como fondo de reptiles en el que se aloja lo reprimido y el inconsciente yunguiano, pleroma cósmico que nos trasciende y al que debemos viajar para aportar activos a un universo que se manifiesta a sí mismo en la tarea de la conciencia.
Nosotras os invitamos a que os sumerjáis en el Libro rojo, publicado en 2009 tras no pocos forcejeos con la familia Jung, que sigue siendo, también, la propietaria de la torre. Y no es mal consejo que lo hagan guiados por las páginas que Bernardo Nante le dedica en el minucioso estudio recientemente publicado por la editorial Siruela, El Libro rojo de Jung. Claves para la comprensión de una obra inexplicable.
Quienes, además, tengan la oportunidad de visitar el santuario de Jung, que parece flotar, a esta hora de la tarde, en una suave neblina metafísica, quizá vean reptar, entre los árboles, a la negra serpiente que sedujo a Eva, o quizá, muy cerca del fuego donde Jung calentó el té, puedan adivinar, entre las sombras, al hombre encapuchado de los indios navajos. Si es así, no tengan miedo. Están a punto de emprender el viaje que los llevará a descubrir el oro de la alquimia.
© alonso y marful
Dos vínculos:
El primero os llevará a un fragmento de la Introducción a El Libro rojo de Jung. Claves para la comprensión de una obra inexplicable; el segundo, a la entrevista que el inefable Eduardo Punset hace a John Barth, profesor de la Universidad de Yale en Nueva York: El experto y sabio inconsciente.
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