.

.
© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la vida secreta de una artista 19 / el 5% del universo visible


Hoy volvemos al universo que fascinó nuestra infancia, que abrumó a Pascal y que Borges concibió como una aterradora canica que contenía el aleph, en un relato donde, como todo borgiano sabe, el verdadero vértigo no era el amor por Beatriz Viterbo, sino ese turbio desasosiego que nos produce la inmensidad. Volvemos al universo para integrar ese temblor metafísico que nos hace sentir en un proyecto en el que el juego es mirar nuestra mirada, volver sobre las tiernas rutinas de nuestros ojos y nuestra inteligencia para intentar alcanzar la visión. Todos sabemos que mirar y ver son dos cosas distintas y que, mientras la mirada enfoca, la visión lleva consigo un ímpetu de comprensión y de totalidad.

Muchos de vosotros sabéis que de todo lo que existe en el universo únicamente podemos ver un 5%. Los constructos mentales sobre los que descansa nuestro conocimiento del cosmos se parecen a los de un profesor de música que tuviera que escribir acerca de una sinfonía de la que únicamente puede escuchar una nota de cada veinte, o a la de un crítico teatral que tuviera que narrar la historia que vincula a dos decenas de personajes a partir de las intervenciones fragmentarias de un único actor. Sin duda podríamos otorgar fiabilidad a sus crónicas, pero no dejaríamos de echar de menos que alguien nos desvelara los hilos, la secreta armonía, que rige la relación de esa nota con las diecinueve restantes, o de ese actor con el resto de las dramatis personae que componen la función.

Se supone que, de ese 95% del universo que no vemos, un 23% está compuesto de materia oscura y un 72% más de energía oscura. La materia oscura tiene casi 5 veces más masa que el universo observable y, aunque nuestras humildes tecnologías no nos permiten escudriñar en su interior, podemos inferir que existe a partir de los efectos que produce, principalmente en los campos gravitacionales de las estrellas y las galaxias. En cuanto a la energía oscura, hace apenas un par de meses que nuestra pretenciosa especie estrenaba un poderoso rastreador astronómico, situado en Cerro Tololo, en Chile, capaz de obtener mapas celestes de una precisión inusitada, que nos permitirán cartografiar grandes áreas del universo observable y reconstruir su historia con mayor fidelidad. Su verdadero objeto, sin embargo, será estudiar ese 72% de energía oscura que parece estar en el origen de su expansión. Juan García-Bellido, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y miembro del proyecto Dark  Energy Survey  (Rastreo de Energía Oscura), declaraba al respecto que “el descubrimiento del agente responsable de la expansión acelerada marcaría un hito histórico que nos permitiría conectar el origen y el destino del cosmos”. Conectar las piezas del puzzle en el que viajamos. Nuestra vieja ambición.

Los modelos de interpretación del cosmos se relevan y desplazan consigo nuestras visiones del mundo. Afirmar, negar, son gestos provisionales que proceden de una información fragmentaria acerca de la naturaleza. Descripciones funcionales, e internamente coherentes, que, sin embargo, ignoran la mayor parte. Siempre hay piezas sueltas, extensas zonas de opacidad, numerosos volúmenes que no logramos encajar, fuerzas que impulsan esos volúmenes y los proyectan lejos sin que sepamos la razón. Este proyecto nace en el seno de esta meditación y la convierte en una propuesta plástica.  Nuestras fotografías “describen” únicamente el 5% de lo que vemos a través de un registro realista, si entendemos por realidad aquella que nuestros ojos y nuestras cámaras reflejan, aunque, para oscurecer el misterio, nunca sabremos si se trata de una materia afín a la que recoge nuestra experiencia o, como algunos físicos proponen, de un holograma, de un sector de información cuyo código de emisión es compatible con nuestros aparatos de recepción o de una mera proyección mental. Si nuestros ojos fueran distintos, si miráramos el mundo desde el punto de vista de un árbol, un coral o una mariposa monarca, nuestras descripciones de la realidad serían, también, diferentes, lo que no revela otra cosa que la parcialidad de nuestra posición. No vemos la danza de las partículas que, sin embargo, nos constituyen. Ni la forma en la que las redes de interacciones que forman nuestro cuerpo y nuestra conciencia tensan los hilos de un prodigioso entramado cuya forma y cuyo sentido somos incapaces de imaginar y en el que, como en nudo vinciano, tirar suavemente de un hilo situado en Atlanta puede repercutir en un lejano extremo de la galaxia de Orión. Tampoco podemos saber –tal vez no lo sepamos nunca- qué es lo que hay más allá del universo conocido, aunque nos fascine la conjetura de que él mismo sea, en su fabulosa extensión, una mínima porción de un universo más amplio perdido en una orilla de un universo más amplio. Una mínima parte de una maquinaria de una maravillosa e inconcebible complejidad.

¿Qué vemos, en realidad, cuando miramos? Únicamente un 5% de lo que nos rodea y, dentro de ese 5%, tal vez un modesto 5% de todos los detalles. Esclavos de su fisiología y de sus rutinas perceptivas, y esclavos, también, de nuestra personal e intransferible sensibilidad, nuestros ojos ponen el acento en una parte mínima dentro de ese humilde fragmento de lo que les es dado contemplar. Somos sensibles al detalle que informa un punctum. Aquello que nos “hiere” y que entra en resonancia con nuestros acordes biográficos: un nuevo abismo que estamos lejos de haber explorado en su  magnífico espesor. Un universo oscuro dentro de un universo oscuro. Hacia arriba y hacia abajo, en el exterior y dentro de nosotros, los espacios y los tiempos se abisman y amenazan con abismar nuestra comprensión. En nuestras fotografías hemos enfocado únicamente un 5%, dejando que 19 de las veinte partes que componen la imagen se desdibujen y nos obliguen a concentrarnos en la zona visible. A centrar nuestra atención en esa nota perdida en la eterna sinfonía de las formas y las sustancias. Esa parte nos convoca. Nos hechiza. Parece atravesada por un pathos misterioso. Fascina nuestra inteligencia y acelera el pulso de nuestro corazón.

Aunque nos parezcamos al cronista de una escena fantasmal, o al desconcertado auditor de una música silenciosa, las dos sabemos que ese pathos –compasión y temor- nace de una emoción preconsciente que pone al lado, que com-pone, lo que vemos y lo que ignoramos de la infinita realidad.

Os dejamos con algunas obras de nuestro último proyecto y con un pequeño párrafo en el que únicamente dejamos ver una de cada veinte letras.  Ambas formas de expresión nos invitan a reflexionar.

H                          m                              a                              c                         r                     o                 s                           f                     t                          a                        m                          l                       d                         e                             s                           i                           c                        a                           s                            i                       l                         e                        o                      s                                a                             a                            s                     b              h                           o                               s                              y                                    r.     

Buena suerte con vuestra interpretación.

© alonso y marful


© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012

© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012


© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012

© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012

© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012

la vida secreta de una artista 18 / teresa matas, tejedora de abismos

Teresa Matas, Éxtasis, 2004.

¿Alguna vez se han sentido empujados hacia algún lugar? Caigo, una vez más, en la presunción de que hay escenarios que nos convocan, que tiran de nosotros y nos atraen hacia si con la ciega determinación del vértigo o del destino. Si la certeza no fuera siempre un desatino, estoy segura de que si estuve en la Bienal de Venecia comisariada, hace un montón de años, por el intempestivo Achile Bonito Oliva, fue obedeciendo a la llamada de un camastro de guerra, desmañadamente cubierto por unas sábanas desplanchadas, donde estaba pintada la palabra “amor”. Sentada en el suelo, junto a la obra de Louise Bourgeois, vi morir, cubierto por los dedos nevados del invierno, el sueño de plenitud de todos los amantes. Y volví a casa. Supe, eso sí, que algo en Venecia, y en Bourgeois, me había convocado a una revelación inexplicable. Vuelvo a sentir eso en la actual exposición de la obra de la artista parisina en La Casa Encendida y, por una razón quiero pensar que no enteramente azarosa, pocos días después, en Marratxi, en el almacén donde guarda la práctica totalidad de su obra Teresa Matas.

Por más que la obra de ambas sea pródiga en el uso de materiales diversos e iconográficamente compleja, a la tapicera Bourgeois, como a Teresa Matas (Tortosa, 1947) sólo podemos imaginarlas en la intimidad de un atelier tapizado de trapos. Bourgeois y Matas son las hijas más geniales que hayamos conocido de esa estirpe de tejedoras prodigiosas que pasa por Aracné y por Penélope y llega hasta la historia del arte contemporáneo empuñando la aguja, el hilo y la tijera como quien construye un dique contra la muerte. La malograda Eva Hesse, Joana Vasconcelos, Josemarie Trockel o Judith Scott son parte de esta saga.
Bourgeois, que nace en París en 1911 y fallece, casi centenaria, en New York, en 2010, atraviesa el siglo veinte como un ramalazo de fuerza que ilumina la desazón del sujeto moderno. La taracea de la memoria, cosida y recosida en un intento de integración imposible de carne y de conciencia, es, sin duda, una de las metáforas más típicamente bourgeoisianas y un rotundo aviso para los navegantes de una postmodernidad destinada a recoger los destrozos de la metafísica y a aceptar la existencia como esta nada fluyente que espejea, hecha añicos, sobre el río del tiempo. Alma disuelta en psicología donde lo “ya no”, tal como nos recuerda Olvido García Valdés en sus cartas, nos obliga a revisitar una y otra vez el pasado en una labor de comprensión y reparación en la que las heridas reclaman una sutura imposible. El trauma, la memoria, son, para acudir a una imagen freudiana, un block maravilloso en el que la escritura del tiempo va apilando planos, uno sobre otro, sobre un fondo fatalmente velado al acceso de la conciencia. Hilar, medir y cortar el tiempo. Ese era el cometido de las parcas en cuyas manos se agitaba, inquieta, la trama del destino. Lo superficial y engañoso de su linealidad es, sin lugar a dudas, uno de los mensajes implícitos que comparten Louise Bourgeois y Teresa Matas.
Compartimos unas horas con Matas, cuyo único hijo varón, Joan Miquel, muere en accidente de tráfico, y la artista nos habla del negro riguroso con que su indumentaria pareció anticiparse al color de la tragedia. Ese mismo color, negación y suma, es uno de los elementos que amalgama y confiere coherencia a una obra que, desde sus inicios en la pintura, avanza con pie seguro sobre una pluralidad de soportes en los que una misma tensión dramática parece romper la materia y ensamblarla en un orden siempre provisional, cosiendo y recosiendo un patchwork que no es otro que el de la identidad humana. Artífice de su propia mitología, Bourgeois se refirió en distintas ocasiones al territorio de la infancia y, muy en particular, al tema de la infidelidad paterna con la institutriz Sadie Gordon Richmond. Mucho más parca en declaraciones que la artista norteamericana, cuya labor de autointerpretación fue exhaustivamente documentada en libros y diarios, Matas declara que su obra parece salir de esa primera “habitación interior” que ocupó entre los cinco y los doce años:
"Era larga y angosta, muy angosta: tenía una pequeña ventana casi rozando el techo que me comunicaba con otra habitación. La cama era de madera oscura y junto a ella había una mesa. Mis pertenencias se completaban con una caja que contenía mi más preciado tesoro. A excepción de la cama, la mesa y la caja, siempre en la estancia, iban y venían los objetos, continuamente convirtiendo el pequeño espacio que poseía en un espacio mágico. Ni siquiera en la oscuridad de la noche sentía temor."
Este pequeño apunte autobiográfico reviste, en Matas, la entidad de una poética. Su vena mística abraza, como un halo, esa espacialidad íntima que encajona a veces su propia figura en cajas, decorados domésticos (que tienen algo de celda y de sala de torturas) y vestidos encolados.

Investidos o revestidos por objetos que “van y vienen”, como en el “espacio mágico” de la habitación infantil, los “claustros” de Matas alcanzan su punto máximo de tensión emocional cuando se encuentran con la tela, cuyas texturas son elegidas, acariciadas y tratadas a lo largo de un proceso de creación en el que el tiempo parece afincarse en las manos de la artista y usarla como médium para articular sus mensajes. Casi literalmente sumergida entre las telas que yacen, cubiertas por sábanas blancas, en el almacén de Marratxi, asisto, de hecho, a una rara suerte de epifanía del tiempo: estratos que se amontonan, a un tiempo bio y geomórficos, y que la artista levanta con prisa y sin ceremonia, como temiendo agobiar a la visita. La visita, sin embargo, siente que en ese espesor de hilaturas y tejidos está contenida una historia que tanto puede ser la de la existencia individual como la de la especie o la del planeta.

La escena, de apariencia cotidiana, adquiere la entidad de un rito iniciático. Parece verosímil que, durante los misterios eleusinos, el iniciado tuviera que tomar de un cesto, entre otros objetos, una representación de los órganos sexuales masculinos y otra de los femeninos, y la visita piensa que si Bourgeois los toma directamente, alumbrando una iconografía carnalmente explícita, en Matas el misterio de la sexualidad parece enconar sus velos y mostrarnos que el tiempo de la infancia, el de las experiencias fundacionales, estará hurtado siempre a nuestra vista. Si Bourgeois repite, a su manera única, los pasos del iniciado, que pasa del estado de mistes, “hombre con velo”, a epoptes, “hombre que ha visto”, en Matas, definitivamente única, las veladuras se enconan en una reiteración simbólica que parece decirnos que nunca conseguiremos alcanzar, tras su barroca indumentaria, el sentido último de la identidad humana y del lugar que ocupa en el universo. Opacidad asfixiante que nos remite tanto a la constitución retórica de la realidad propia del giro lingüistico de la filosofía contemporánea como a la ceguera que tupe eso que Bordieu llamó habitus de la "conciencia objetivante": un tapiz sobre otro, vestido sobre vestido, tejido-texto sobre tejido-texto, máscara sobre máscara. Pues la naturaleza, como dijo Heráclito, “ama ocultarse”. 

Teresa Matas, serie Mirall buit, 1994.

Teresa Matas, serie Mirall buit, 1994.

Teresa Matas, Chill out, instalación, Louis 21" The Gallery", 2012.

Imposible no recordar algunas obras de Matas que hacen uso de esta estratificación simbólica. Pienso, por ejemplo, en las hileras de vestidos colgados. En la performance en la que Matas, situada en el centro de la escena, detrás de un dintel, va cogiendo las camisetas de su hijo y poniéndoles una por una antes de depositarlas del otro lado, donde permanecerán apiladas de nuevo, sin dejarnos otra revelación que el misterio sagrado de una maternidad inexpresable. Y pienso, claro, en esa otra performance, que nos recuerda a Ana Mendieta, en la que la artista planta palos en el suelo para contornear su propia silueta y la rellena luego con piedras que son finalmente revestidas con una tela que los oculta. Peso y grosor de una identidad que huye. Extemporaneidad de la presencia, prófuga involuntaria de sí misma. Siempre debajo o más al fondo, detrás, inalcanzable. Agua que retrocede ante la sed de Tántalo. Y, sin embargo, el espectador que tiene el privilegio de asistir al ritual sabe que no saldrá indemne. Que, aunque no podrá expresar con palabras el misterio, “ha visto” y “sabe” que la ceremonia a la que asiste lo anuda (lo religa) al Todo, o, para decirlo a la manera yunguiana, a un psiquismo transindividual y, en la misma medida, impersonal y universal. Degolladas, sin brazos, las figuras femeninas de Matas están hechas de trapos y rellenas de trapos, pozo y abismo de una máscara infinita que nos constituye y nos golpea como un freudiano après-coup, como un hachazo en la herida que todos compartimos y cuyo prototipo, como Freud sabía bien, es inasible porque pertenece al pozo negro donde habita lo inconsciente. A pesar de las palabras que acompañan la obra de Matas, y que parecen remitirla, como un subrayado irónico, a la ingenuidad del lenguaje, "los hechos", y en particular el hecho estético, recordando a Poincaré, "no habla", y, por el contrario, parece haberse convertido en el escenario de un silencio tan sagrado como asfixiante.

Teresa Matas, serie Absent, 2005. Presentación en Louis 21 "The Gallery" en el seno de la exposición Scissors, 2012.

Teresa Matas, Flors, instalación integrada en la restrospectiva Abriendo cerrando, cerrando abriendo, Casal Solleric, 2007.

Hoy, 14 de noviembre, La Casa Encendida está cerrada. Cerrada, por tanto, la obra de Louise Bourgeois. Cerrado también, y ojalá fuera por la huelga, el almacén de Marratxi donde duerme, cubierta por los dedos helados de la soledad, la obra de Teresa Matas. Ocho estancias en Arco, una retrospectiva en el Casal Solleric o el aplauso de la crítica germana a propósito de su presencia en el Kunstmuseum de Bönn no han sido suficientes para catalpultar al éxito a esta artista genial. Bourgeois tuvo que esperar hasta los setenta y dos años para ver su obra en una retrospectiva organizada por el MOMA. Hace poco que leíamos que Pedro Guirao se vio en figurillas, hace sólo quince, para convencer al Reina Sofía de que adquiriese una de las arañas que hoy son el pasaporte mundial de la tapicera parisina. A Matas le quedan unos cuantos. Pero no nos cabe ninguna duda de que tendrá su hora.
Entretanto, Marratxi será para nosotras un lugar tan poderosamente aurático, tan íntimo, como un día lo fue Venecia. Un espacio mágico que nuestra memoria visitará, una y otra vez, para acudir al encuentro de nuevas revelaciones.
Teresa Matas, Amenaza con arrogancia, 2004.
© alonso y marful