Hoy volvemos al universo que fascinó nuestra infancia, que abrumó a Pascal y que Borges concibió como una aterradora canica que contenía el aleph, en un relato donde, como todo borgiano sabe, el verdadero vértigo no era el amor por Beatriz Viterbo, sino ese turbio desasosiego que nos produce la inmensidad. Volvemos al universo para integrar ese temblor metafísico que nos hace sentir en un proyecto en el que el juego es mirar nuestra mirada, volver sobre las tiernas rutinas de nuestros ojos y nuestra inteligencia para intentar alcanzar la visión. Todos sabemos que mirar y ver son dos cosas distintas y que, mientras la mirada enfoca, la visión lleva consigo un ímpetu de comprensión y de totalidad.
Muchos de vosotros sabéis que de todo lo que existe en el universo únicamente podemos ver un 5%. Los constructos mentales sobre los que descansa nuestro conocimiento del cosmos se parecen a los de un profesor de música que tuviera que escribir acerca de una sinfonía de la que únicamente puede escuchar una nota de cada veinte, o a la de un crítico teatral que tuviera que narrar la historia que vincula a dos decenas de personajes a partir de las intervenciones fragmentarias de un único actor. Sin duda podríamos otorgar fiabilidad a sus crónicas, pero no dejaríamos de echar de menos que alguien nos desvelara los hilos, la secreta armonía, que rige la relación de esa nota con las diecinueve restantes, o de ese actor con el resto de las dramatis personae que componen la función.
Muchos de vosotros sabéis que de todo lo que existe en el universo únicamente podemos ver un 5%. Los constructos mentales sobre los que descansa nuestro conocimiento del cosmos se parecen a los de un profesor de música que tuviera que escribir acerca de una sinfonía de la que únicamente puede escuchar una nota de cada veinte, o a la de un crítico teatral que tuviera que narrar la historia que vincula a dos decenas de personajes a partir de las intervenciones fragmentarias de un único actor. Sin duda podríamos otorgar fiabilidad a sus crónicas, pero no dejaríamos de echar de menos que alguien nos desvelara los hilos, la secreta armonía, que rige la relación de esa nota con las diecinueve restantes, o de ese actor con el resto de las dramatis personae que componen la función.
Se supone que, de ese 95% del universo que no vemos, un 23% está compuesto de materia oscura y un 72% más de energía oscura. La materia oscura tiene casi 5 veces más masa que el universo observable y, aunque nuestras humildes tecnologías no nos permiten escudriñar en su interior, podemos inferir que existe a partir de los efectos que produce, principalmente en los campos gravitacionales de las estrellas y las galaxias. En cuanto a la energía oscura, hace apenas un par de meses que nuestra pretenciosa especie estrenaba un poderoso rastreador astronómico, situado en Cerro Tololo, en Chile, capaz de obtener mapas celestes de una precisión inusitada, que nos permitirán cartografiar grandes áreas del universo observable y reconstruir su historia con mayor fidelidad. Su verdadero objeto, sin embargo, será estudiar ese 72% de energía oscura que parece estar en el origen de su expansión. Juan García-Bellido, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y miembro del proyecto Dark Energy Survey (Rastreo de Energía Oscura), declaraba al respecto que “el descubrimiento del agente responsable de la expansión acelerada marcaría un hito histórico que nos permitiría conectar el origen y el destino del cosmos”. Conectar las piezas del puzzle en el que viajamos. Nuestra vieja ambición.
Los modelos de interpretación del cosmos se relevan y desplazan consigo nuestras visiones del mundo. Afirmar, negar, son gestos provisionales que proceden de una información fragmentaria acerca de la naturaleza. Descripciones funcionales, e internamente coherentes, que, sin embargo, ignoran la mayor parte. Siempre hay piezas sueltas, extensas zonas de opacidad, numerosos volúmenes que no logramos encajar, fuerzas que impulsan esos volúmenes y los proyectan lejos sin que sepamos la razón. Este proyecto nace en el seno de esta meditación y la convierte en una propuesta plástica. Nuestras fotografías “describen” únicamente el 5% de lo que vemos a través de un registro realista, si entendemos por realidad aquella que nuestros ojos y nuestras cámaras reflejan, aunque, para oscurecer el misterio, nunca sabremos si se trata de una materia afín a la que recoge nuestra experiencia o, como algunos físicos proponen, de un holograma, de un sector de información cuyo código de emisión es compatible con nuestros aparatos de recepción o de una mera proyección mental. Si nuestros ojos fueran distintos, si miráramos el mundo desde el punto de vista de un árbol, un coral o una mariposa monarca, nuestras descripciones de la realidad serían, también, diferentes, lo que no revela otra cosa que la parcialidad de nuestra posición. No vemos la danza de las partículas que, sin embargo, nos constituyen. Ni la forma en la que las redes de interacciones que forman nuestro cuerpo y nuestra conciencia tensan los hilos de un prodigioso entramado cuya forma y cuyo sentido somos incapaces de imaginar y en el que, como en nudo vinciano, tirar suavemente de un hilo situado en Atlanta puede repercutir en un lejano extremo de la galaxia de Orión. Tampoco podemos saber –tal vez no lo sepamos nunca- qué es lo que hay más allá del universo conocido, aunque nos fascine la conjetura de que él mismo sea, en su fabulosa extensión, una mínima porción de un universo más amplio perdido en una orilla de un universo más amplio. Una mínima parte de una maquinaria de una maravillosa e inconcebible complejidad.
¿Qué vemos, en realidad, cuando miramos? Únicamente un 5% de lo que nos rodea y, dentro de ese 5%, tal vez un modesto 5% de todos los detalles. Esclavos de su fisiología y de sus rutinas perceptivas, y esclavos, también, de nuestra personal e intransferible sensibilidad, nuestros ojos ponen el acento en una parte mínima dentro de ese humilde fragmento de lo que les es dado contemplar. Somos sensibles al detalle que informa un punctum. Aquello que nos “hiere” y que entra en resonancia con nuestros acordes biográficos: un nuevo abismo que estamos lejos de haber explorado en su magnífico espesor. Un universo oscuro dentro de un universo oscuro. Hacia arriba y hacia abajo, en el exterior y dentro de nosotros, los espacios y los tiempos se abisman y amenazan con abismar nuestra comprensión. En nuestras fotografías hemos enfocado únicamente un 5%, dejando que 19 de las veinte partes que componen la imagen se desdibujen y nos obliguen a concentrarnos en la zona visible. A centrar nuestra atención en esa nota perdida en la eterna sinfonía de las formas y las sustancias. Esa parte nos convoca. Nos hechiza. Parece atravesada por un pathos misterioso. Fascina nuestra inteligencia y acelera el pulso de nuestro corazón.
Aunque nos parezcamos al cronista de una escena fantasmal, o al desconcertado auditor de una música silenciosa, las dos sabemos que ese pathos –compasión y temor- nace de una emoción preconsciente que pone al lado, que com-pone, lo que vemos y lo que ignoramos de la infinita realidad.
Os dejamos con algunas obras de nuestro último proyecto y con un pequeño párrafo en el que únicamente dejamos ver una de cada veinte letras. Ambas formas de expresión nos invitan a reflexionar.
H m a c r o s f t a m l d e s i c a s i l e o s a a s b h o s y r.
Buena suerte con vuestra interpretación.
© alonso y marful
© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012
© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012
© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012
© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012
© alonso y marful, de la serie el 5% del universo visible, 2012
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