En cierta ocasión, Italo Calvino, para entonces ya
autor de Las ciudades invisibles,
propuso la Breve guía de lugares imaginarios como una obra de consulta
indispensable. Hablaba, naturalmente, de la Biblioteca de lo Superfluo, entre
cuyas obras aspiramos a incluir estas modestas flores que dedicamos a Marcel
Duchamp. La Breve Guía de lugares imaginarios, de Alberto Manguel y Gianni
Guadaluppi es, efectivamente, una obra de consulta indispensable para quienes,
amén de parasitar a menudo otras ficciones, no sentimos particular atracción
por la realidad. Algunas tardes, cuando
la lluvia golpea con su fusta de alambre las ventanas del River´s End, nos
dedicamos a perdernos en la Gruta de los amantes, paseamos de incógnito por la
Abadía de la Rosa buscando como locas el tratado sobre la comedia o miramos de
reojo a las mujeres de Capillaria, cuya piel, transparente, deja entrever los
órganos internos y, ligeramente
inclinado, del lado izquierdo, el insondable mapa de Isla corazón.
El propio River´s End tiene una existencia tan
frágil que únicamente se manifiesta ante determinados estados de ánimo y rara
vez puede localizarse, perdido sobre el oro tenaz de la bahía, más allá de los
límites de este blog. Sentadas frente al
mar, en una tarde como esta, más propicia a la gracia de lo superfluo que a la
necesidad de los filósofos, vimos surgir un día la Ensenada del Viento, acariciamos
los muros de ceniza del Cementerio de la Memoria y nos asomamos –qué vértigo- a
los Acantilados de Arena que Fiona Baldwerg situó, con precisión de cartógrafa,
en la costa norte de Noruega, muy cerca de donde yace enterrado el único hombre
que nunca se humilló.
No obstante su naturaleza quimérica, al River´s End
llegan todos los días las noticias y hay veces que, como el lector comprobará
enseguida, no hay mayor diferencia entre leer la prensa y dejarse llevar por
los fantasmas de la imaginación.
Shangri-La, lugar imaginario creado por James Hilton en
su novela Horizontes perdidos es, muy probablemente, un trasunto de la mítica
Shamballa de la tradición budista, una región inaccesible en el corazón de los
himalayas donde, amén de Manguel y Guadaluppi y de un sinfín de cándidos
utopistas, recala, también, el inefable y quimérico James Redfield en su
nefasta y undécima revelación. Al fin, todos los lugares imaginarios se
conectan por el istmo, perenne, de nuestra perenne insatisfacción. No obstante,
en la última década han sido muchas las iniciativas que han intentado recuperar
la mítica Shangri-La para proyectos microutópicos insertos en la vida real, y
hemos visto crecer cadenas de resorts, líneas de investigación en el campo de
las tecnologías verdes e incluso una universidad, la Shangri-La University, que
intenta amortizar los réditos espirituales del nombre para poner en marcha
iniciativas de enseñanza basadas en la peregrina idea de un humanismo global;
idea que, más allá de su ingenuidad, merece toda nuestra aprobación. El caso es
que, para celebrar el décimo aniversario del Día Mundial de la Poesía,
propuesto por la Unesco en 2001, la Universidad de Shangri-La propuso en 2011
la celebración de un Congreso Internacional de Poesía y Política en el que fueron invitados a intervenir, por
videoconferencia, una amplia muestra de líderes mundiales. Entre ellos se encontraban
Barack Obama, Bill y Hillary Clinton, Nicolas Sarkozy, Benjamin Netanyahu, Angela
Merkel, Evo Morales o el recientemente fallecido Hugo Chávez. A juzgar por los
resultados, ninguno de ellos reparó en la contradicción… Retransmitidos en
streaming a un reducido grupo de centros receptores, la mayoría de los discursos tienen el inequívoco aroma de una utopía risueña que bien podría
haber salido de la imaginación del propio Italo Calvino si no fuera por las
garantías que nos merece la que ha sido nuestra fuente de información: la
British Educational Research Association (BERA/UK). Después de una breve
experiencia de difusión en abierto, oscuros intereses decidieron que los vídeos
se archivaran. Hay quien dice que, más que por el carácter de las ponencias,
por la que fue su declaración final, un breve manifiesto en el que, al más puro
estilo de Adrienne Rich, se solicitaba a la Asamblea General de las Naciones
Unidas la declaración de la poesía como un derecho humano. Y sí. Es increíble pero
cierto. Enfriadas las brasas del evento, alguien debió de reparar en que
reclamar el derecho a la poesía sonaba como una tremenda bufonada en geografías
tan poco imaginarias como los campos de Tinduf, las territorios ocupados de
Gaza y Cisjordania, los monasterios devastados en el Tíbet o las barricadas de
Alepo y Al Raqa. Y así fue como la carta a la ONU se quedó descansando sobre la
chimenea de algún prefecto, como en el cuento de Poe.
Varadas en la terraza del River´s End, durante el
verano de 2011 emprendimos la traducción de la que fue la ponencia de la
canciller alemana, la doblamos al español, me temo que con escasa pericia, pero
con bastante lealtad al original, y la dejamos descansar durante meses,
esperando a que un día como hoy, en el equinoccio de primavera de este 2013 que
Dios confunda, nuestros amables seguidores celebraran con nosotras la
existencia de esta joya del absurdo. Les aseguramos que hay otras, pero esta no
tiene precio. Ángela Merkel hablando de poesía y, subliminalmente, también de política en un gazpacho épico
que, parasitando a Calvino, está destinado a convertirse en un documento
indispensable de nuestra Videoteca de lo Superfluo. Aunque cabe preguntarse si
no es más necesaria una Merkel que habla de Deep Purple y del engrudo cósmico
que aquella que asedia, año tras año, la prosa indefectible de nuestras vidas
recomendándonos contención.