Camino por la bahía de Pollensa, al borde de un mar denso como el aceite que cabecea indolente contra las rocas. De repente, en una tienda de souvenirs, una fotografía
me
llama
la atención. Más tarde la localizaré en el archivo Bestard. Pondré una fecha tentativa a la imagen de ese niño moreno que escruta la penumbra. Es un niño fotógrafo. Consciente de su oficio, se ha encaramado a una silla para poner sus ojos a la altura de la lente. Para ocupar mentalmente el lugar de la lente que le permitirá atrapar lo que sucede fuera y almacenarlo en ese micromundo silencioso que va creciendo en la habitación de al lado, la que su madre llama “la habitación de la memoria”. Cientos de negativos que se van apilando con los días y que parecen arder en una danza inmóvil. El niño se llama Federico Bestard y, a la altura de la primavera de 1889, momento en el que fue obtenida la fotografía, tiene siete años. Todavía no es capaz de concebir el Tiempo, pero es extrañamente consciente de que es el depositario de un pacto demiúrgico que le permitirá detener el momento…
En La cámara lúcida Roland Barthes señala la fotografía como un ámbito de copresencia de lo simbólico y lo imaginario, del studium y el punctum. Se trata de un Barthes epilogal que se debate entre la voluntad minuciosa del ensayo y el pathos de la elegía, entre el studium que enlaza la experiencia personal al régimen simbólico y el punctum que tiende sus arpones desde lo más hondo de la conciencia individual. La cámara lúcida pivota sobre estos dos conceptos. Su suerte ha sido tal que, a estas alturas, resulta difícil contemplar una imagen fotográfica sin aludir a esa parte –pues todo punctum es consustancial a lo metonímico y a lo fragmentario- que parece emanar desde un detalle para apuntar a fuego sobre el corazón de nuestra vida emocional. La madre de Barthes, Henriette, quizá el suprapunctum que recorre toda su biografía, como una arteria subterránea, ha muerto hace apenas dos meses… También a mí me sonríe Henriette, como un día reconociera Jacques Derrida. También a mí me sonríe y, de alguna manera, seguirá sonriéndome para siempre desde esa fotografía que la recoge, la mirada clara, tan clara, en el jardín de invierno. Su hijo la seguirá enseguida, igual que si ese punctum mortal del óbito materno –áspid que muerde el fondo y convoca a la memoria a la orgía de todos los retornos- se prolongara en el hijo y lo arrastrara consigo, igual que la parte convoca al todo en una deriva perpetua que se desplaza sin fin a lo largo del eje de lo imaginario. Pero no… No es el momento de la academia sino de esta
tarde que arroja
sus luces sobre el mar
y deja un río de sangre en la bahía. Es el momento de dejarse herir por esa dentellada silenciosa que emana de la foto. La foto primero en la arena. Luego en mi mano. Bajo mis ojos que escrutan su penumbra y dejan que el punctum busque mi pecho para enhebrar su aguja. Punctum que viene a mí como
un ágil
zarpazo
de la memoria. ¿Dónde localizarlo? ¿En los ojos? ¿En el dedo índice de la mano izquierda, que se eleva fáustica
mente erecto, ordenando al instante que se detenga? ¿En el gesto de las piernas, que se doblan hacia adentro insinuando el andar patizambo del adulto?
Toda fotografía es un viaje al interior de una conciencia que eternamente retrocede, igual que el agua del río ante la sed de Tántalo. Mi punctum. El mío. El que me hará viajar a lo largo de una ruta desconocida,
geografía de una intimidad enconada
mente arcana, tomando como pretexto esa mano que aprieta la perilla del obturador. La perilla. Primacía lacaniana del significante. El bigote exquisitamente perfilado de mi padre… Mis manos de niña que acarician la barbilla arrubiada y rasposa y descansan después sobre las suyas. Apretando las suyas, dejándose apretar
tan dulcemente.
Oh, tierra de la Muerte. ¿Dónde está tu victoria?"
PARATEXTOS
Luis Cernuda
“(…) Del viento nació el dios y volvió al viento
Que hizo de mí una pluma entre sus alas.
Oh, tierra de la Muerte, ¿dónde está tu victoria?”
Luis Cernuda, “Quetzalcoatl”.
Roland Barthes
Studium: "la extensión de un campo que el espectador percibe familiarmente en función de su saber, de su cultura."
Punctum: “la herida que causan ciertas fotografías, ese pinchazo”
Cfr. La cámara lúcida, disponible en la web a través de distintos vínculos.
Jacques Derrida
“Quiero pensar ahora en Roland Barthes; hoy, cuando atravieso la tristeza, la mía y la que creí sentir siempre en él, sonriente y cansada, desesperada, solitaria, tan incrédula en el fondo, refinada, cultivada, epicúrea, siempre cediendo y sin crisparse, continua, fundamental y desentendida de lo esencial; quiero pensar en él, a pesar de la tristeza, como en alguien que a pesar de no privarse (por supuesto) de ningún goce, en efecto se los dio todos. No sé si es posible decir esto, pero tengo la impresión de que puedo estar seguro de que, como dicen ingenuamente las familias en duelo, le hubiera gustado este pensamiento. Tradúzcase: la imagen de ese yo (moi) de Barthes, que Barthes ha escrito en mí, pero que ni él ni yo consideramos verdaderamente algo esencial, esa imagen -me digo en el presente- es quien ama en mí ese pensamiento, goza con él, aquí y, ahora, y me sonríe. Desde que leí La chambre claire, la madre de Roland Barthes, a quien nunca conocí, me sonríe en este pensamiento, como sonríe a lo que ella infunde de vida y reanima de placer. Ella le sonríe y, por tanto, también en mí desde -¿por qué no?- la Fotografía del jardín de Invierno, desde la invisibilidad radiante de una mirada de la cual él sólo nos dijo que fue clara, tan clara.”
Cfr. Jacques00 Derrida, “Las muertes de Roland Barthes”, en Poétique nº 47, 1981. http://www.jacquesderrida.com.
(Naturalmente, todos los detalles acerca de la vida de Federico Bestard, incluída su existencia, son invención mía.)
© alonso y marful
Cuando te leemos podemos amar tus pensamientos y disfrutar de tu mente privilegiada. Así es, señora mia.
ResponderEliminarMil gracias por tus palabras. Lo de señora, no sé si agradecértelo, pero me encanta la cercanía del posesivo. Es estupendo sentir que no estamos solas pintando este muro. Bienvenida siempre y un beso, S/I
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