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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la vida secreta de una artista 22 / Teresa Matas, L' encontre

En el previo de la performance L´Encontre, celebrada el pasado 2 de marzo, dentro de la programación balear del Festival Miradas de Mujeres, Teresa Matas decía: “El cinco de mayo de 2005 perdí a mi hijo en un accidente de tráfico.  No he tenido la suficiente fuerza ni coraje para visitar el lugar donde acaeció”. Casi ocho más tarde, la artista mallorquina ha emprendido una ruta psicogeográfica que ha hecho del acto de caminar, el más rematadamente trivial y humano, al decir de Barthes, un punto de cristalización dinámica del ejercicio del duelo.

Los más o menos 2 kilómetros que distan entre el domicilio del que Joan Miquel salió la noche del accidente, en el Carrer de Santa Bárbara (Marratxí , Mallorca), hasta el lugar donde se produjo el accidente han sido, no sólo para ella sino para quienes hemos tenido el privilegio de asistir a la performance, una nueva y conmovedora refutación del tiempo. Matas salió de la casa cargada con un enorme manto de 340x 418 ctms. confeccionado a lo largo del año posterior al óbito con las camisetas del hijo muerto. Con algo de dolorosa intemporal, estilema muy del gusto de una poética con frecuentes acordes místicos, la artista avanzaba como surcando, en un acoplamiento proustiano, el ritmo del presente y la memoria, y nos recordaba, con Bergson, que el tiempo del aquí y del ahora no es más que la fina punta de un cono que se ensancha hacia atrás, buscando la duración y el fulgor de una herida insondable y –esta es la grandeza de Matas– las resonancias de un pasado mítico que devuelve a quien la mira el denominador común de todas las muertes. Teresa Matas, tejedora de abismos.



Si el espacio se dibujaba bajo sus pies, marcando sus hitos como cualquier tejido urbano, el tiempo se había convertido en una suerte dramática de off-beat que nos recordaba la eternidad de un viaje en metro, en El perseguidor, de Cortázar,  y el deambular ultraterreno de Miles Davis, cuando, ajeno a los latidos de la batería y a la puntuación rítmica del bajo, hacía volar sus notas más allá de lo visible. Muy lejos de latido de nuestros relojes, Matas se concentraba sobre el asfalto, arrastrando su inmensa tela, mientras a quienes la seguíamos nos asediaba la certeza de que, igual que en todo rito, asistíamos a la reencarnación de un tempo circular, eterno, en el que la muerte del hijo continuaría sucediendo para siempre. Un nudo en la garganta. Nos arrodillamos para obtener una imagen: la artista, extenuada, enfilaba por fin la carretera MA-3016. Al lado izquierdo, la carretera, al derecho, la mano de Matas aferrada a su manto, muy cerca del encuentro. “Al llegar al lugar del accidente en donde se hallaron esparcidos sus objetos personales, extenderé la tela en toda su dimensión y me cubriré con ella, permaneciendo un espacio de tiempo arropada”.

Un espacio de tiempo. Intuitiva hasta la médula, la artista, parca en declaraciones, pone el dedo en la llaga de lo que debe haber exigido de ella el trabajo o la función del duelo: la espacialización en objeto-arte –un singular manto hecho de camisetas– de un tiempo interior que, densificado por la angustia, parece inacotable. La sobredeterminación de los términos “espacio”, “tiempo” y “arropada” desborda, con mucho, el propósito de esta reseña, no obstante nos detendremos en los aspectos más relevantes.

A propósito de la muerte de su hija Sophie en 1929, Freud, que había teorizado ampliamente acerca de la pérdida de un ser querido, admite que “uno permanecerá inconsolable, sin hallar jamás un sustituto”. Por más que desaparecido en lo real, el objeto perdido refuerza su existencia interior, reclamando un espacio psíquico cuyas exigencias son capaces de “empobrecer” el mundo. La artista, despojada de su hijo, experimenta lo que Lacan llamará “un agujero en lo Real”, e intenta traducir esa pérdida, o restaurar esa fisura, mediante un objeto transnarcísico a través del que le es posible simbolizarla. Es notable, a este respecto, que la desaparición progresiva de los rituales asociados al duelo en el ámbito social hace que la elaboración de la pérdida sea, cada vez más, una labor solitaria.

Desaparecido en la práctica, el hijo se multiplica en decenas de tejidos que Teresa Matas sutura con mimo, como volviendo a reunir sus objetos personales, “esparcidos por el suelo” en virtud del impacto, reparando el daño infligido al cuerpo y transfiriendo a la tela una parte de su angustia. La tela, el soporte de preferencia para esta artista genialmente versátil, no sólo crea un espacio donde sólo habitan la madre y el hijo sino que lo llena de orificios que representan directamente ese lacaniano “agujero en lo Real”, al tiempo que drenan la sensación de asfixia –“no podía respirar”, dice Matas– y ponen ante nosotros la evidencia plástica de la relación entre mortaja y placenta al representar, en aquello que podría interpretarse como un sudario para arropar al hijo imaginario, multitud de canales de parto por donde el fallecido renace, una y otra vez, “sin hallar jamás un sustituto”.


Un detalle más, para subrayar la grandeza de una artista textural, cuya obra multiplica sus estratos hermenéuticos partiendo de enclaves de una simplicidad aparente. En el lugar del accidente, Matas extiende su tela como quien acota una fortaleza. Colgando sobre la alambrada, el manto es apenas media tienda de campaña que cubre el cuerpo de la artista, transubstanciada en su hijo, y los defiende de cualquier riesgo. Imposible expresar lo que pudimos sentir cuando un golpe de viento dejó caer la tela sobre ella, cubriéndola como un cadáver de los que hemos visto en alguna ocasión al borde de la carretera. Après-coup. La muerte, la real, volvía a insinuarse ofreciendo una metáfora como señuelo. El tiempo de la realidad y el de la reparación volvían a confluir por obra y gracia de un azar objetivo que parecía distinguir bien entre la duración y el transcurso, entre la temporalidad del duelo y el peregrinaje, puntual, al lugar de la tragedia. La duración de la performance fue interminable en su espesor emotivo y significante. En los relojes habían transcurrido un par de horas.




Queda, para el registro videográfico de la acción, que pudimos ver en el Festival Miradas de Mujeres de Mallorca en la Fundación Joan y Pilar Miró, la grabadora conectada al corazón de Teresa Matas. La evidencia, quizá, de que el latir sincopado de la memoria, más allá de un tiempo que fluye hacia adelante, es esa eterna contradanza en la que el yo se configura como una compleja ucronía en la que el presente es apenas la punta del cono en el seno de un engranaje prodigioso, capaz de crear resurrecciones tan bellas como esta inmensa pietá de Teresa Matas. Aferrada a su hijo. Aquí y ahora.


© alonso y marful

Volviendo a amarlo, por siempre, en la quietud del re-encuentro.

¡Feliz verano!

Fuente: http://www.m-arteyculturavisual.com/2013/03/06/3450/

 © alonso y marful

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