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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

las bolas de martin creed o la enésima muerte del arte



¿Quién salvará al arte de esta epidemia de banalidad?


Si no fuera patético, resultaría divertido. Como somos firmes partidarias de que una imagen vale más que mil palabras, os acercamos de nuestra mano a la sala Alcalá 31, de la Comunidad de Madrid, y medimos nuestra capacidad de asombro con la retrospectiva del “artista” británico Martin Creed (Wakefield,1968). Elevado a los altares del MOMA y del Pompidou, e inminente responsable de que las campanas de Gran Bretaña repiquen al unísono durante la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos de Londres (2012, Obra nº 1197), Creed –desgarbado, apacible, largo rizo de inocencia rubia cayendo sobre la frente- recala en Madrid envuelto en una polémica tan baldía como su obra. Enésima resurrección de las piruetas de Dada, los 25 trabajos que Creed expone en la sala madrileña bajo el marchamo Things/Cosas son el colofón patafísico a esa estética de la disolución que ha acabado por poner un botón de vacua monotonía al arte del concepto. Si la postmodernidad es, como quiso Lyotard en La condición postmoderna, el acta de ejecución de los grandes metarrelatos que habían puesto eje y dirección a la cultura occidental, su obra es, sin duda alguna, la media verónica con que rematan la faena el universal descrédito de la razón, de la fe y de lo que entendíamos por Arte.


Martin Creed, Work No. 79, Some Blue-Tack kneaded, rolled into a ball and depressed against a wall / Un poco de Blue-Tack amasado, hecho una bola y aplastado contra la pared, 1993.

Es cierto –lo hemos dicho en otras ocasiones- que, después de los poemas aleatorios de TristanTzara, de la fuente-urinario de Duchamp o del silencio de Cage, abrazar la consigna de que “la vida es arte” supone la condición preestética de cualquier objeto, al que basta con situar en el marco pragmático de la sala o del museo para que adquiera, por el mero hecho, el estatuto de objeto estético. Arte, dijo en cierta ocasión Achille Bonito Oliva, es "todo aquello que está registrado en las historias del arte", de tal forma que basta con armar la bulla suficiente, lo que implica una cierta dosis de marketing empresarial sin implicar, sin embargo, la menor dosis de talento, para colarse de polizón en la barca ebria de nuestra postcultura. Pero, don´t worry, si las enciclopedias han podido ignorar durante tantos siglos el arte de las mujeres, no nos sorprende que, con la aquiescencia de cierta crítica, la ocurrencia bobaina de cualquier espontáneo se convierta en una orgía de sentidos. Eso sí, si el espontáneo es una señora se verá en serios apuros para conseguirlo, no en vano la presencia de obras de mujeres en las colecciones institucionales supone, todavía, un raquítico 4%.
Veamos: una de las obras que Alcalá 31 alberga en estos momentos, oportunamente fechada para coincidir con ARCO, consiste en una bolita de masilla de montaje azul (lo que se conoce en el mundillo como blue-tack) aplastada contra la pared (Obra nº 79). Quien albergue la lírica ambición de defender, con algún argumento legitimable a estas alturas, si la bolita es o no es arte, se verá en muchos apuros.

Si apuesta por un NO, cualquier adversario eventual podría recordarle la impagable pila de "duchampismos" perpetrados por una auténtica miríada de artistas, e, incluso, defender su capacidad de subvertir, todavía, lo que ya no tiene remedio. Ensayando un contraataque necesario, es preciso afirmar, con absoluta contundencia, que todas las modalidades imaginables de renuncia a la forma y a la sustancia han sido repetidas hasta el agotamiento y que, si un día la destrucción creativa del Arte tuvo un sano sentido de regeneración estética y moral de un mundo en guerra, una tecnología sin alma y un capitalismo mutilado, a estas alturas del guión, incurrir en epigonismos facilones no es más que el síntoma de una imaginación agotada que no se toma ni la molestia de construir un artefacto distinto o formalmente solvente. Lo que un día fueron gestos de rebeldía contra la fetichización de una noción de belleza fungible y extenuada, se revelan, hoy, como la histérica reiteración de un blablablá conservacionista y, por ende, reaccionario.

Si, por el contrario, opta por darle un SI a la bolita azul de Creed, la vapuleada cuestión semántica vendrá en su ayuda, no en vano cualquier cosa que pongamos en un museo, lamentamos repetirnos, no solo se estetiza por defecto, sino que parece convocar en torno a sí los mil y un sentidos que tiene cualquier cosa: un lapicero sin mina arrojado sobre el linóleo, una avestruz desplumada que agoniza sobre una cama con baldaquino de ébano, un parado de entre los 5 millones doscientos mil que cuenta España, un postit pegado en el techo o, sencillamente, nada. Haga la prueba y, en todos estos casos, y en cualesquiera otros, encontrará un buen puñado de razones que lo informarán de una condición que es inherente al común de las cosas que existen y aún de las que no existen: la sobredeterminación del sentido y su irrevocable irradiación de significados de toda estirpe y ralea. Digámoslo con la claridad necesaria: como maquinaria de producción de sentido todo vale, lo que no vale es colgar sobre las mismas paredes la misma tontuna y pretender entrar en los museos previo paso por una caja escandalosamente cara: la bolita azul de Creed no sale por menos de unos 30.000 euritos. De esto se deduce que, si los gestos de las vanguardias fueron prácticas de ocupación ideológicamente revulsivas, las gracietas de Creed colocando un lunarcito de masilla en la pared, o una pelota de papel arrugado en una vitrina, no son más que prácticas de asentamiento. Gracias, en buena parte, a la pérdida de Norte de los premios, y al poder casi omnímodo de los comisarios, que no pocas veces sitúan a los galeristas en una suerte de limbo sin criterio, el arte se ha convertido, demasiado a menudo, en una estrategia mercantilista que cruza las fronteras con el salvoconducto de una opinión que fragua su prestigio en la improvisación más etérea.

La obra de Creed, se dice, "necesita del público". El propio Creed lo ha venido repitiendo aquí y allá, con oportunidad y sin ella. Es natural: si alguien se encuentra a la Gioconda en el pasillo de su casa, es posible que se rinda de emoción ante la enorme dificultad que entraña su ejecución plástica, ante el misterio indescifrable de la sonrisa, ante la tensa sensación de una profundidad que despliega sus fugas mucho más allá de la quietud mineral de las montañas… Si encuentra una bolita de masilla azul, o de papel blanco, lo más probable es que la obra termine en el tacho de la basura.

Veamos, porque sin duda merece la pena hacer el esfuerzo, la forma en que los luminosos de Creed han sido ejecutados (curiosa palabra) por artistas como Bruce Nauman o Joseph Kosuth. Véanlos y decidan si los artilugios de Martin Creed, sintomáticamente llamados “cosas”, merecen una cotización que, en el caso de la mujer que intenta vomitar en una película rodada en 35 milímetros, puede rondar los 400.000 euros.

Joseph Kosuth, Five words in blue neon / Cinco palabras en neon azul, 1965.

Bruce Nauman, My Name as though it were Written on the surface of the moon / Mi nombre como si lo hubiera escrito sobre la superficie de la luna, 1968.




Martin Creed, Fuck off / Jódete / Obra nº 240, 1999

Efectivamente, las imágenes son más explícitas que las palabras. Y, ya que colgamos en la pared de nuestro blog esta chuchería de Joseph Kosuth, que, vana ilusión, aspiraba a provocar en el espectador algo más que indiferencia, vamos a llamarlo en nuestra ayuda para ir cerrando esta entrada. En su ensayo ArtAfterPhilosophy –qué manía de aplicarle la extremaunción a todo lo que pillan sin que, ya metidos en harina, soliciten para su obra una piadosa eutanasia- Kosuth defendía, cómo no, que el Arte, tal como había sido concebido hasta principios del XIX, había muerto. Y proponía, lo que son las cosas, una investigación a fondo de lo que es el arte para nuestra sociedad. Cómplice oportunista de las filosofías del giro lingüístico, que gozan, por cierto, de una vitalidad extraordinaria, Kosuth inició la gestación y parto de una serie de “obras” consistentes en la reproducción -sobre una sufrida pared- de una serie de definiciones procedentes del diccionario: arte, color, pintura, nada, valor, significado... Todo ello con la intención de subrayar que el "arte", con minúscula, no era más que otra palabra capaz de alojar el sentido que coyunturalmente se le aplicara, de tal forma que, para concluir, artístico sería todo aquello que al artista le apetezca, el público acate y la crítica sacralice. Museo, enciclopedia y santas pascuas.

Efectivamente, la obra de Creed ha merecido las bendiciones de lo que nosotras llamamos “la crítica del desconcierto”. Ha merecido, también, la socarrona dureza de quienes, no necesitando alinearse más que con su propia dignidad, no tienen prejuicios en admitir que el emperador va desnudo. Por lo demás, poco dado a la megalomanía, el propio Creed sostiene que está dispuesto a creer que su obra no es más que una basura. Su mayor audacia, sin ninguna duda, es el arte de poner la venda antes que la herida. 

Hace unos días, hablando acerca del Premio Nobel, recordábamos la negativa de Sartre a recogerlo con el sano pretexto de liberar su arte del cerco invisible de las instituciones. Recordábamos, también, la aceptación humilde de Albert Camus. Corría el año 1958, no obstante hoy, igual que ayer, las palabras de Camus durante la ceremonia de entrega hablan del Arte en términos que no precisan de las definiciones de la RAE: “el verdadero artista se hace en un eterno ir y venir de sí mismo a los demás, de los demás a sí mismo.” Quizá es esa la razón por la que ese público que la obra de Creed "necesita" lo que piensa de ella es que no es más que una tomadura de pelo. Y quizá por eso, no siempre el personal de la limpieza distingue entre una obra y el billete de autobús que se desliza del bolsillo y cae al suelo, llenando de "arte", en un perfecto bucle melancólico, la vacuidad inerme de la sala.

La estética de la disolución, tal como Creed o Kosuth la practican, ha perdido, con su contacto con el ser, su legitimidad como Arte. Ha perdido, también, su conexión con una época que reclama nuevos espejos y relatos nuevos en los que ver reflejados los múltiples aspectos de la condición humana. Ha perdido, finalmente, ese horizonte de producción microutópica que aspira a contagiar a todo aquel que se acerque con el dulce veneno de la esperanza.

Hoy, gracias a Creed, estamos más cansadas que nunca de los profesionales del nihilismo, del minimal roído hasta las bolas azules de Martin Creed, de la vaca en formol y del conejo iridiscente. Como dijo Camus:

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que, por mucho que lo desee, no alcanzará a rehacerlo. Por eso su tarea es más dura si cabe. Consiste en impedir que el mundo se deshaga.

© alonso y marful



 

3 comentarios:

  1. alicia virginia Fernandez Balboa5 de febrero de 2012, 23:07

    ES CASI IMPOSIBLE ATREVERSE A HACER UN COMENTARIO LUEGO DE HABER LEÍDO LO QUE HE LEÍDO EN ESTE BLOG , SIN PECAR DE TONTA.ES TAN BRILLANTE .SUS AUTORAS TIENEN UNA CULTURA, CONOCIMIENTOS, FIEREZA, RAZONES BIEN EXPLICADAS Y DEMÁS..... QUE SOLO LE PIDO NO ME ABANDONEIS NUNCA

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  2. Muchas gracias, Alicia, amiga. Seguiremos aquí, mientras el tiempo lo permita. Un abrazo, S&I

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  3. Quizá lo que sucede es que ya no nos encontramos ante algo que es puramente arte, sino algo que serían más bien ejercicios de reflexión (o ensayos) recreados con un cierto anhelo estético, en la senda que sigue la abierta por Platon y Nietzsche de hacer que sus obras de filosofía no fueran sólo eso, sino que también lo fueran de literatura. En este caso, en vez de usar la literatura, nos encontraríamos ante otros caminos seguidos. Digo esto pensando en una obra que vi de Kosuth que consistía en textos de Darwin y Nietzsche en lámparas de neón.

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