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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la vida secreta de una artista 17 / opus nigrum o la seducción de las tinieblas


La seducción de las tinieblas

                                                                                          “El exceso de tinieblas / es el fulgor de la estrella.”
                                                                                          Georges Bataille

La historia comparada de las religiones  ha hecho de la polaridad entre la luz y las tinieblas un lugar común. Se trata de una de las más apasionantes invariantes antropológicas recogidas, aquí y allá, por un nutrido corpus mítico-arquetípico. Para las religiones astrales del antiguo Oriente, para la cultura helenística en la que incardinará su simbología el cristianismo, o para la mística árabe y judía, el avance de la noche constituye una muerte iniciática a través de la que nos adentramos en una nueva dimensión ontológica. 
Hoy nos detenemos a indagar en la poética de las tinieblas y lo hacemos a través de una obra no-fotográfica, una superficie negra obtenida a través de la no-exposición de la película al efecto de la luz, que, como es bien sabido, es la condición sine qua non que hace posible la fotografía. En el proceso que da origen a esta anti-fotografía, las cualidades inherentes a la cámara oscura se han preservado como meras potencialidades. El diafragma de nuestras Canon Eos1 conserva su capacidad para abrirse y recoger el grafo de la luz, pero prefiere hurtarse a la escritura de los fotones y adentrarse en una noche en cuyo misterio nos sumergimos para gozar de su densa y singular irradiación aesthetica.
No hay juego sin propedéutica. No hay ritual sin preparación. La llegada a una obra como Opus nigrum es, sin duda, el resultado de un balance heurístico muy  intenso: un término ad quem que tiene, para nosotras, profundas resonancias autobiográficas. La confianza en la posibilidad de que la experiencia personal pueda suscitar en el receptor una sensación de entrelazamiento capaz de elevar lo particular a lo universal, la escritura íntima a la invariante arquetípica, es lo que nos autoriza a reclamar para esta obra crítico-visual el calificativo de artística. En ambos registros, plástico y verbal, buscamos el radical imaginario común, la noche oscura del alma. Con ese fin,  y tras una intensa preparación, hemos impreso una obra negra, una negación de la luz que recuerda la bellísima imagen del Pseudo-Dionisio Areopagita: el rayo de tiniebla. El hallazgo de una luz misteriosa en el seno de la no-luz es, por tanto, el nodo sobre el que gira la concepción de esta obra.
Aprendamos de la lentitud. Del merodeo amoroso. De la inocencia. Contra lo que pudiera pensarse, hay áreas figurales distintas en la superficie del negro.  El centro, la periferia, el Norte, el Sur, el Este o el Oeste, arriba, abajo, la izquierda o a la derecha,  se configuran como unidades de significación sin una topografía definida, pero cuya intensión semántica difiere. Miramos al centro o dejamos que nuestra vista se pierda en un fragmento muy próximo al borde superior. Los sememas de cada área figural conforman bases archisememáticas a las que nos referimos como “nódulos de invariancia” o “puntos transpersonales de conocimiento sensitivo”.  Esos puntos o nódulos apelan a la condición kantiana de la experiencia estética como la toma de contacto con un sustrato universal de la sensibilidad. El resultado que arroja esta investigación revela la existencia de un registro metafórico arquetípico que discurre en simultaneidad y consonancia con las cualidades del soporte referencial –la obra- y cuyos hallazgos son tanto más intensos que los que puede ofrecer una fotografía convencional, que, en este contexto, no sería más que un particularismo abandonado a la suerte, irregular,  de un cierto horizonte de cooperación interpretativa.

La obra negra nos pertenece a todos porque rebasa con mucho su condición de no-imagen. Es, como sugiere Baruzzi, una “función”, un “pasaje” que nos transporta más allá de la luz que informa la silueta, el color y el límite, y que, yendo más allá, nos sitúa ante el umbral de las visiones trascendentales. En Punto de incertidumbre 2 / Reivindicación de lo invisible, proponíamos una definición tentativa de la obra de arte como “punto de interioridad dinámica y momento de refundación antropológica”.  Subrayando esta tesis, dsetacamos ahora el carácter “funcional” y “transicional” de la superficie impresa en negro como una representación contemporánea de la topología sagrada que un día señalaron la piedra de betel o la metáfora mística de la subida a un monte que, sumergido en la noche, era el topos uranos de un mágico deslumbramiento.  En la superficie nocturna de Opus nigrum la patencia del significado, negada, actúa como un poderoso dispositivo de generación de latencias. Diríase que la obra no está tanto en el texto patente o manifiesto como en la densidad magallánica de las subtextualidades que genera.

La nuit évoque moins una chose qu´une fonction: elle résume un passage intérieur. Passage à travers les choses, à travers le luxe des images, des revelations et des visions dans l´obscur de toutes les apréhensions distinctes. (1)


El proceso
Opus nigrum es un final de viaje.  Es, también, un punto de no-retorno.  ¿Qué puede mostrarse más profundo que la más radical de las oscuridades?  Sabemos que todo aquello que mostremos a partir de ahora serán visiones parciales de esta obra.  Que nunca habremos sido más lúcidas o más sinceras y, desde luego, que no habremos podido llegar más lejos.  Los cosmólogos describen el agujero negro como un punto de densidad infinita. Nosotras describimos la impresión cromogénica en negro riguroso  como un punto máximo de intensión semántica. Las razones por las que las verdades últimas se refugian en la paradoja se nos escapan, aunque tengamos una ligera intuición de por dónde van los tiros. 

Metafísica lunar, el Opus nigrum nace a las orillas del río Bao. No, no hemos incurrido en la superchería de lo exótico porque, desde la misma noche en que empezamos a imaginar  el proceso que nos llevaría hasta la impresión en negro de una lámina de papel artesanal hecha con nuestras propias manos, no dejamos de estar poseídas por la emoción de lo auténtico. Puesto que no íbamos a mostrar nada, nada, a partir de aquel mismo momento, iba a poder retocarse. No habría pruebas de encuadre. No habría, tampoco, máscaras de capa ni curvas de nivel. No habría filtros ni plugins. Sólo la alquimia negra de la noche.


La obra
Naturalmente, es negra.



























Inter-acción
Obviamente, cuanto más referencialista tienda a ser la posición del espectador y, en particular, cuanto más irónica sea su descodificación de Opus nigrum, en mayor medida estará rehusando a cooperar con la obra en el despliegue de una red de significaciones que brota desde los archivos más remotos de nuestra memoria colectiva. En ese caso, que, hasta donde hemos podido constatar, se ha demostrado infrecuente, el espectador está siendo sujeto de una resistencia que hace de él un reo inconsciente del prejuicio de que la obra debe mostrar imágenes, y de que, en el caso de mostrar no-imágenes, está intentando jugar con su competencia figural y lingüística. Para los receptores de este tipo, debemos aclarar que basta con exponerlos a la experiencia de quien goza de la obra en ese estado de epojé fenomenológica y suspensión provisoria del juicio con que la gran mayoría se enfrentan a ella para convencerlo de que no se halla ante una nueva forma de provocación (no practicamos la estupidez y, a decir verdad, nos resulta bastante difícil soportarla) sino ante una revocación del objeto arte que busca la refundación del sentido.

Bajen la guardia. Las posiciones defensivas son cerradas por definición, mientras la fruición estética se caracteriza por una disposición abierta al libre juego de la imaginación y de la inteligencia.
Mostramos la obra. La desnudez del negro dejándose asediar por las luces que indefectiblemente lo rodean. No obstante,  la superficie del papel  impreso  se obstina en su turbulencia plana. El 17 de marzo de 2012, en el seno de una presentación pública con 25 asistentes personalmente invitados a la apertura, muchos lloran. Ofrecemos al público la posibilidad de mojar la obra con sus lágrimas.

El papel se curva aquí y allá... Nuestra obra es un happening.

Entre todos, hemos pintado un mapa de nuestro naufragio.

© alonso y marful


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NOTA:
1. Cfr. Baruzzi, J., Saint Jean de la Croix et le problème de l´expérience mystique, Paris, Alcan, 1931, pp. 321-322.