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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

Angela Merkel, poeta del absurdo / Cuaderno del River´s End

En cierta ocasión, Italo Calvino, para entonces ya autor de Las ciudades invisibles, propuso la Breve guía de lugares imaginarios como una obra de consulta indispensable. Hablaba, naturalmente, de la Biblioteca de lo Superfluo, entre cuyas obras aspiramos a incluir estas modestas flores que dedicamos a Marcel Duchamp.  La Breve Guía de lugares imaginarios, de Alberto Manguel y Gianni Guadaluppi es, efectivamente, una obra de consulta indispensable para quienes, amén de parasitar a menudo otras ficciones, no sentimos particular atracción por la realidad.  Algunas tardes, cuando la lluvia golpea con su fusta de alambre las ventanas del River´s End, nos dedicamos a perdernos en la Gruta de los amantes, paseamos de incógnito por la Abadía de la Rosa buscando como locas el tratado sobre la comedia o miramos de reojo a las mujeres de Capillaria, cuya piel, transparente, deja entrever los órganos internos y, ligeramente inclinado, del lado izquierdo, el insondable mapa de Isla corazón.
 
El propio River´s End tiene una existencia tan frágil que únicamente se manifiesta ante determinados estados de ánimo y rara vez puede localizarse, perdido sobre el oro tenaz de la bahía, más allá de los límites de este blog.  Sentadas frente al mar, en una tarde como esta, más propicia a la gracia de lo superfluo que a la necesidad de los filósofos, vimos surgir un día la Ensenada del Viento, acariciamos los muros de ceniza del Cementerio de la Memoria y nos asomamos –qué vértigo- a los Acantilados de Arena que Fiona Baldwerg situó, con precisión de cartógrafa, en la costa norte de Noruega, muy cerca de donde yace enterrado el único hombre que nunca se humilló.
No obstante su naturaleza quimérica, al River´s End llegan todos los días las noticias y hay veces que, como el lector comprobará enseguida, no hay mayor diferencia entre leer la prensa y dejarse llevar por los fantasmas de la imaginación.
Shangri-La, lugar imaginario creado por James Hilton en su novela Horizontes perdidos es, muy probablemente, un trasunto de la mítica Shamballa de la tradición budista, una región inaccesible en el corazón de los himalayas donde, amén de Manguel y Guadaluppi y de un sinfín de cándidos utopistas, recala, también, el inefable y quimérico James Redfield en su nefasta y undécima revelación. Al fin, todos los lugares imaginarios se conectan por el istmo, perenne, de nuestra perenne insatisfacción. No obstante, en la última década han sido muchas las iniciativas que han intentado recuperar la mítica Shangri-La para proyectos microutópicos insertos en la vida real, y hemos visto crecer cadenas de resorts, líneas de investigación en el campo de las tecnologías verdes e incluso una universidad, la Shangri-La University, que intenta amortizar los réditos espirituales del nombre para poner en marcha iniciativas de enseñanza basadas en la peregrina idea de un humanismo global; idea que, más allá de su ingenuidad, merece toda nuestra aprobación. El caso es que, para celebrar el décimo aniversario del Día Mundial de la Poesía, propuesto por la Unesco en 2001, la Universidad de Shangri-La propuso en 2011 la celebración de un Congreso Internacional de Poesía y Política en el que fueron invitados a intervenir, por videoconferencia, una amplia muestra de líderes mundiales. Entre ellos se encontraban Barack Obama, Bill y Hillary Clinton, Nicolas Sarkozy, Benjamin Netanyahu, Angela Merkel, Evo Morales o el recientemente fallecido Hugo Chávez. A juzgar por los resultados, ninguno de ellos reparó en la contradicción… Retransmitidos en streaming a un reducido grupo de centros receptores, la mayoría de los discursos tienen el inequívoco aroma de una utopía risueña que bien podría haber salido de la imaginación del propio Italo Calvino si no fuera por las garantías que nos merece la que ha sido nuestra fuente de información: la British Educational Research Association (BERA/UK). Después de una breve experiencia de difusión en abierto, oscuros intereses decidieron que los vídeos se archivaran. Hay quien dice que, más que por el carácter de las ponencias, por la que fue su declaración final, un breve manifiesto en el que, al más puro estilo de Adrienne Rich, se solicitaba a la Asamblea General de las Naciones Unidas la declaración de la poesía como un derecho humano. Y sí. Es increíble pero cierto. Enfriadas las brasas del evento, alguien debió de reparar en que reclamar el derecho a la poesía sonaba como una tremenda bufonada en geografías tan poco imaginarias como los campos de Tinduf, las territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, los monasterios devastados en el Tíbet o las barricadas de Alepo y Al Raqa. Y así fue como la carta a la ONU se quedó descansando sobre la chimenea de algún prefecto, como en el cuento de Poe.   
Varadas en la terraza del River´s End, durante el verano de 2011 emprendimos la traducción de la que fue la ponencia de la canciller alemana, la doblamos al español, me temo que con escasa pericia, pero con bastante lealtad al original, y la dejamos descansar durante meses, esperando a que un día como hoy, en el equinoccio de primavera de este 2013 que Dios confunda, nuestros amables seguidores celebraran con nosotras la existencia de esta joya del absurdo. Les aseguramos que hay otras, pero esta no tiene precio. Ángela Merkel hablando de poesía y, subliminalmente, también de política en un gazpacho épico que, parasitando a Calvino, está destinado a convertirse en un documento indispensable de nuestra Videoteca de lo Superfluo. Aunque cabe preguntarse si no es más necesaria una Merkel que habla de Deep Purple y del engrudo cósmico que aquella que asedia, año tras año, la prosa indefectible de nuestras vidas recomendándonos contención.
No se la pierdan. Feliz Día de la Poesía y que descienda Breton…

 
© alonso y marful

el punctum de la fotografía o los arpones del imaginario / cuaderno del river's end













































Camino por la bahía de Pollensa, al borde de un mar denso como el aceite que cabecea indolente contra las rocas. De repente, en una tienda de souvenirs, una fotografía
me
llama

la atención. Más tarde la localizaré en el archivo Bestard. Pondré una fecha tentativa a la imagen de ese niño moreno que escruta la penumbra. Es un niño fotógrafo. Consciente de su oficio, se ha encaramado a una silla para poner sus ojos a la altura de la lente. Para ocupar mentalmente el lugar de la lente que le permitirá atrapar lo que sucede fuera y almacenarlo en ese micromundo silencioso que va creciendo en la habitación de al lado, la que su madre llama “la habitación de la memoria”. Cientos de negativos que se van apilando con los días y que parecen arder en una danza inmóvil. El niño se llama Federico Bestard y, a la altura de la primavera de 1889, momento en el que fue obtenida la fotografía, tiene siete años. Todavía no es capaz de concebir el Tiempo, pero es extrañamente consciente de que es el depositario de un pacto demiúrgico que le permitirá detener el momento…

En La cámara lúcida Roland Barthes señala la fotografía como un ámbito de copresencia de lo simbólico y lo imaginario, del studium y el punctum. Se trata de un Barthes epilogal que se debate entre la voluntad minuciosa del ensayo y el pathos de la elegía, entre el studium que enlaza la experiencia personal al régimen simbólico y el punctum que tiende sus arpones desde lo más hondo de la conciencia individual. La cámara lúcida pivota sobre estos dos conceptos. Su suerte ha sido tal que, a estas alturas, resulta difícil contemplar una imagen fotográfica sin aludir a esa parte –pues todo punctum es consustancial a lo metonímico y a lo fragmentario- que parece emanar desde un detalle para apuntar a fuego sobre el corazón de nuestra vida emocional. La madre de Barthes, Henriette, quizá el suprapunctum que recorre toda su biografía, como una arteria subterránea, ha muerto hace apenas dos meses… También a mí me sonríe Henriette, como un día reconociera Jacques Derrida. También a mí me sonríe y, de alguna manera, seguirá sonriéndome para siempre desde esa fotografía que la recoge, la mirada clara, tan clara, en el jardín de invierno. Su hijo la seguirá enseguida, igual que si ese punctum mortal del óbito materno –áspid que muerde el fondo y convoca a la memoria a la orgía de todos los retornos- se prolongara en el hijo y lo arrastrara consigo, igual que la parte convoca al todo en una deriva perpetua que se desplaza sin fin a lo largo del eje de lo imaginario. Pero no… No es el momento de la academia sino de esta
tarde que arroja
sus luces sobre el mar
y deja un río de sangre en la bahía. Es el momento de dejarse herir por esa dentellada silenciosa que emana de la foto. La foto primero en la arena. Luego en mi mano. Bajo mis ojos que escrutan su penumbra y dejan que el punctum busque mi pecho para enhebrar su aguja. Punctum que viene a mí como
un ágil
zarpazo
de la memoria. ¿Dónde localizarlo? ¿En los ojos? ¿En el dedo índice de la mano izquierda, que se eleva fáustica
mente erecto, ordenando al instante que se detenga? ¿En el gesto de las piernas, que se doblan hacia adentro insinuando el andar patizambo del adulto?

Toda fotografía es un viaje al interior de una conciencia que eternamente retrocede, igual que el agua del río ante la sed de Tántalo. Mi punctum. El mío. El que me hará viajar a lo largo de una ruta desconocida,
geografía de una intimidad enconada
mente arcana, tomando como pretexto esa mano que aprieta la perilla del obturador. La perilla. Primacía lacaniana del significante. El bigote exquisitamente perfilado de mi padre… Mis manos de niña que acarician la barbilla arrubiada y rasposa y descansan después sobre las suyas. Apretando las suyas, dejándose apretar
tan dulcemente.

Oh, tierra de la Muerte. ¿Dónde está tu victoria?"


PARATEXTOS

Luis Cernuda


“(…) Del viento nació el dios y volvió al viento
Que hizo de mí una pluma entre sus alas.
Oh, tierra de la Muerte, ¿dónde está tu victoria?”

Luis Cernuda, “Quetzalcoatl”.


Roland Barthes


Studium: "la extensión de un campo que el espectador percibe familiarmente en función de su saber, de su cultura."

Punctum: “la herida que causan ciertas fotografías, ese pinchazo”

Cfr. La cámara lúcida, disponible en la web a través de distintos vínculos.

Jacques Derrida

“Quiero pensar ahora en Roland Barthes; hoy, cuando atravieso la tristeza, la mía y la que creí sentir siempre en él, sonriente y cansada, desesperada, solitaria, tan incrédula en el fondo, refinada, cultivada, epicúrea, siempre cediendo y sin crisparse, continua, fundamental y desentendida de lo esencial; quiero pensar en él, a pesar de la tristeza, como en alguien que a pesar de no privarse (por supuesto) de ningún goce, en efecto se los dio todos. No sé si es posible decir esto, pero tengo la impresión de que puedo estar seguro de que, como dicen ingenuamente las familias en duelo, le hubiera gustado este pensamiento. Tradúzcase: la imagen de ese yo (moi) de Barthes, que Barthes ha escrito en mí, pero que ni él ni yo consideramos verdaderamente algo esencial, esa imagen -me digo en el presente- es quien ama en mí ese pensamiento, goza con él, aquí y, ahora, y me sonríe. Desde que leí La chambre claire, la madre de Roland Barthes, a quien nunca conocí, me sonríe en este pensamiento, como sonríe a lo que ella infunde de vida y reanima de placer. Ella le sonríe y, por tanto, también en mí desde -¿por qué no?- la Fotografía del jardín de Invierno, desde la invisibilidad radiante de una mirada de la cual él sólo nos dijo que fue clara, tan clara.”

Cfr. Jacques00 Derrida, “Las muertes de Roland Barthes”, en Poétique nº 47, 1981.
http://www.jacquesderrida.com.ar/tectos/barthes.htm 

(Naturalmente, todos los detalles acerca de la vida de Federico Bestard, incluída su existencia, son invención mía.)


© alonso y marful