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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la partícula de Dios y el niño que bebió agua de brújula


















(de la serie metáforas del centro © alonso y marful)

1.  La partícula de Dios. Me paro en el oxímoron. Esta frase que reúne las dos infinitudes y que parece brillar sobre la sábana en calma del océano, como si un calígrafo descomunal, demiúrgico, anotara en el agua los signos de un misterio. Quedan atrás las saturnales navideñas y nos parece que Roma ha vuelto a rodearnos, con las torpes piruetas de un sol invicto que renace sin fe en los menguados ajuares del pensionista. La isla se mueve, aunque no lo parezca. Rota y se traslada y, cada uno en su escala, nos recuerda ese bosón de Higgs en cuya búsqueda intentamos repetir ese instante augural en que Dios hizo existir la masa y la gravedad. Lo que somos. La gravedad que impone esta torpe materia.

Hace unos años, Oriana Fallaci se quejaba de que tendamos a imaginarnos a Dios como un ser antropomórfico y, más concretamente, como un señor de barba. Y proponía imaginarlo como una chica guapa. A nosotras las anatomías metafísicas nos parecen otra contradicción en los términos y, si acaso, y siempre con la debida prudencia, nos habría gustado acercarnos a esas manos de sombra iluminada que pusieron en marcha el baile de los astros. Hoy está prohibido preguntarse por qué. Hoy nos colgamos del frontispicio que Antonio Gamoneda ha escrito para ese libro tan bello de Julio Mas Alcaraz, El niño que bebió agua de brújula. Dice Gamoneda que
“no puede morir quien no ha nacido.
Posiblemente
esta sería la forma  más perfecta de inexistencia, pero dicen
que sí, que hemos nacido, y que accidentalmente permanecemos
un tiempo ejercitándonos en el vértigo y el llanto
para nada. Para nada. Esto está claro ya que nuestra finalidad no
es otra que morir, pero permanecemos, obstinadamente
permanecemos sin sentido ni causa
rodeados de combustibles verdes y de minerales silenciosos.”


















(de la serie metáforas del centro © alonso y marful)

2. El silencio eterno de los espacios infinitos aterraba a Pascal. Bajo el manto sereno de la tarde, reparamos en cuánto le habría gustado al buen Blaise especular a sus anchas con el bosón de Higgs, más que nada porque es la única pieza que falta para completar el puzzle que nos permitiría acercarnos a lo que pasó en ese instante en que el estallido del Big Bang inició la diáspora inextricable del espacio y el tiempo. Concebir el mundo como una diáspora no está lejos de los modelos cosmológicos actuales, que plantean un universo que se aleja de sí mismo a velocidades inconcebibles, un poco como nosotros, sólo que nosotros nos alejamos de nuestro propio corazón con la perpleja lentitud  de las tortugas.

Hoy hace unas tres semanas que inauguramos nuestra serie "metáforas del centro" y el proyecto evoluciona con nosotras y ahora se convierte en esa pieza de un puzzle que planea sobre una sopa cósmica. Este cuaderno está hecho de mar y de preguntas. Del mar que arrecia y empapa las preguntas y las deja a la orilla, como la dulce broza
que abandona y
llueve
eterna
mente llueve
sobre el Joyce que dejamos abierto en la mesilla,
sobre la cruz de Malta  y sobre el lecho
flamígero del mundo. Y es hermoso,
a ratos es hermoso,
saberse derrotado de antemano.

3. Se nos acumulan los deberes. Los correos sin responder y las cartas que siempre prometemos, las que no se escriben nunca, las que se amasan con paz en la memoria y tardan nueve meses en llegar a destino y son igual que un parto de flores diferidas. Hoy le escribimos a un buen amigo. Uno de aquellos que decidió que ser artista era más fácil fuera, aunque a nosotras no nos conste que el exilio haga de nosotros mejores escritores, plásticos más profundos, pensadores más acerbos de este nudo gordiano de la God Particle, amantes más sutiles de esa forma que asedia o que redime la materia.

Paseando por el barrio de Son Bauló, en otro tiempo un arrabal deprimido, pensamos en esta falsa paz social que se emborracha en las tabernas, en nuestros sobrinos, que, antes de ser mocosos, son nihilistas, y en que, como en el Eclesiastés, hubo un tiempo para Dadá y un tiempo para hacer el pijo. Provocar era bello y era útil cuando Tristan Tzara llevaba en la mochila la Primera Guerra Mundial y el corazón de un niño que había bebido agua de rebeldía y estaba deseoso de partirle la cara al canon. Luego nacieron fuentes de los urinarios y le creció un mostacho a la Gioconda y el arte se rió de sí mismo hasta que corrió a refugiarse en los mismos museos que repudiaba, un poco histerizando el aliño y un poco con la gana, legítima, de cambiarlo todo.

Nosotras somos parte de esa fuerza que no lo cambiará todo. Pero siempre nos quedará el agua de las brújulas para encontrar la forma de cambiar de Norte. ¿Recordáis la Ley de Ohm? La intensidad de la corriente que
NO va a atravesarnos es igual al voltaje partido por la
RESISTENCIA                                                                                                                             

 © alonso y marful

(de la serie metáforas del centro © alonso y marful)

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