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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la matemática de Dios o la fascinante historia del número áureo

(de la serie metáforas del centro © alonso y marful)

Sentados en la terraza del River´s End, miramos el sol del atardecer que pinta sobre el mar un río de oro. Agua que tiembla rompiendo los espejos y nos recuerda ese dístico del Ángel de Silesia: “¿Qué más puedes desear, si tú mismo eres el cielo y la tierra?”
Autor de un puñado de versos publicados en 1657 bajo el título El peregrino querubínico, Johann Scheffler, más conocido como Ángelus Silesius o el Ángel de Silesia, es uno de los poetas más intensos de la lengua alemana. No obstante, probablemente ninguno de nosotros habría oído hablar de este católico converso, perito en ayunos y en introspecciones, de no ser por haberse erigido tempranamente en uno de lugares adonde  Borges acude con frecuencia en busca de esa filiación panteísta que es, sin duda,  uno de los pilares que sostienen la inmensidad de su obra.
“La rosa es sin porqué”, traduce Borges del original alemán, y enseguida interpreta la sentencia del místico como una advertencia “de la posible profanación que encierra todo análisis de lo bello”. Nada, sin embargo,  le impide desdecirse. En “Elementos de preceptiva”, afirma que  “es imprescindible una tenaz conspiración de porqués para que la rosa sea rosa”.
Lejos de interpretar el análisis de lo bello como una profanación, nuestra cultura ha indagado desde antiguo en la tenaz conspiración de porqués que parecen subyacer a la armonía de lo visible.  La comunidad pitagórica, que habitó en la “ciudad esotérica” de Crotona en el siglo VI a. de C., contempló el mundo como la materialización de una razón matemática. Para Pitágoras  “Dios es número” y,  conforme a ese número sagrado, están hechas la naturaleza, la música y, por extensión, todas las artes. Acogiéndose a los postulados pitagóricos, Platón atribuirá la  creación del mundo a un matemático sublime cuya obra estaría basada en el número phi 1,61803398…, adoptando, también, la teoría de  la música de las esferas que los distintos cuerpos celestes emitirían en su cósmica danza.
Las disquisiciones a que dio lugar esta visión del mundo ocuparon por igual a músicos, teólogos, arquitectos, escultores, pintores e incluso poetas, y sus hallazgos no han dejado nunca de sorprendernos. El Partenón, la Venus de Milo, el Hermes de Praxiteles o, ya en el Renacimiento, la Gioconda o el Homo quadratus de Leonardo siguen de cerca el canon impuesto por la proporción áurea. Más sorprendente, quizá, fue el reencuentro con la razón divina en los estudios de Fibonacci, en la Pisa del siglo XIII. La sucesión de Fibonacci  1; 2; 3, 5; 8; 13; 21; 34; 55; 89..., colocada por su autor en un apéndice del Libro del ábaco, ha demostrado estar presente en el patrón morfogenético que rige el desarrollo de las caracolas, los colmillos de los elefantes o las nerviaciones de las hojas. Lo más curioso es que, a medida que avanzamos en la sucesión, el cociente entre un número y el número precedente se acerca cada vez más al número áureo, a tal punto de que podrían tomarse por matrices generativas estrechamente solidarias. Tendrían que pasar más de siete siete siglos para que Benoît Mandelbrot sorprendiera al mundo con la geometría fractal que está en la base del desarrollo indefinido de las estructuras autosemejantes propias del brócoli, el árbol bronquial o el sistema circulatorio.
¿Existe una razón matemática subyacente a la armonía de la naturaleza y a la que muestran algunas de las más relevantes creaciones artísticas de todos los tiempos?
En enero de 2010, investigadores asociados de las Universidades de Oxford y Bristol, el Laboratorio Rutherford-Appleton en el Reino Unido y el Centro Helmholtz  para Materiales y Energía en Berlín, publicaron un artículo en la revista Science en el que se detallaba el reencuentro con el número áureo en la minúscula escala de las proporciones nanométricas. Al bombardear con neutrones átomos de cobalto niobato magnético, los científicos se encontraron con una escala de notas resonantes cuyas frecuencias de tono estaban en la proporción 1,6183398... ¿Responde a ese patrón la música de las esferas grabada por la Nasa y difundida a través del Center of  Neuroacoustic Research?  Veinticinco siglos después de que Pitágoras la intuyese, la música de las esferas acudía a una cita fraterna con la música de los átomos. El director del grupo de investigación radicado en Berlín, Alan Tennant, afirmó: “los descubrimientos están conduciendo a los físicos a especular que el mundo cuántico podría tener su propio orden subyacente”.
Más allá de estas vagas disquisiciones que entregamos, a beneficio de inventario, a la frágil memoria de este día y de esta tarde, ninguna de estas elegantes formulaciones acerca de una supraconciencia matemática que estuviera en el origen del universo nos proporciona otro consuelo que el de esta metafísica para amateurs a la que, por otra parte, hemos dedicado tantas tardes. Jorge Luis Borges destinó muchas de sus páginas inmortales a cábalas de un tenor semejante. Y no dejó de recurrir al sueño de Chuang Tzu buscando una metáfora de nuestra absoluta y radical incertidumbre. Chuang soñó que era una mariposa. Al despertar, era incapaz de determinar si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa que estaba soñando que era Chuang Tzu.
¿Quién podría saber si en cada uno de nosotros, arrojados a una experiencia del mundo fatalmente esclava de nuestras percepciones, hay una rosa que sueña?
































(de la serie métaforas del centro © alonso y marful)

De vuelta en el estudio, envuelto en la quietud fantasmal de las tardes de invierno, abrimos un par de fotografías para acompañar esta entrada un poco comme il faut. Con los mares y los cielos del Ángel de Silesia y la dorada proporción de un dios geómetra que quizá no sea otra cosa que el espejo velado de nuestras proyecciones y esperanzas.
En la primera, hemos utilizado el número phi para descomponer la fotografía  en rectángulos áureos. En la segunda  hemos  “pintado” un ábaco con diez esferas. Nuestra humildad ignora si hay un dios, y si, en el caso de que lo hubiera, aceptaría de nosotras este humilde regalo.
No obstante nos encanta imaginar a ese dios que es cielo y es tierra y eres tú y soy yo y somos todos y cada uno de nosotros,  apoyando sus dedos sobre estas diez esferas y componiendo en silencio la sinfonía de un mundo  que  navega cantando, como una barca ebria, sobre el río de oro de la tarde.

ESCUCHAD LA MÚSICA DE LAS ESFERAS. NO OS PERDÁIS EL ENLACE A CENTRO DE INVESTIGACIÓN NEUROACÚSTICA
Con razón Pascal calificó al espacio sideral de effrayant. No ponemos en duda que, tal como se dice en el enlace, los que emiten los cuerpos celestes son sonidos primordiales con enormes virtudes terapéuticas. No obstante, tienen algo de pavoroso, no en vano se trata de lo sublime kantiano.
Y NO DEJÉIS DE TOMAROS LAS MEDIDAS
Los distintos segmentos en que puede dividirse el cuerpo humano guardan entre sí una relación áurea. Prueba a medir tu altura y la distancia que hay desde el suelo hasta tu ombligo. A continuación divide la primera magnitud por la segunda. Si las medidas son 173 y 107, por ejemplo, el número resultante es casi phi: 1,616...

© alonso y marful

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