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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la esfera de Pascal


(de la serie metáforas del centro © alonso y marful)

Hace unos días jugábamos a mezclar frases de aquellos autores a quienes habíamos mencionado en nuestra entrada “cómo nombrar el grito”.  Freud, Celan, Pizarnik, Hölderlin, Duras… eran el pretexto para la elaboración de un poema en el que creímos encontrar la huella de un azar objetivo. Hablar de la causalidad subyacente, de la sincronicidad o del azar objetivo puede parecer una tentación irracional, más propia del pensamiento mágico que acecha a los neuróticos (aprovechamos para declararnos neuróticas) que de la “sana” razón que protege al cuerdo. Y, sin embargo, creemos firmemente que, tal como dijo William Blake, si las puertas de nuestra percepción no estuvieran oscurecidas por lo relativo de nuestra posición en el enigmático y fascinante universo, veríamos en cualquier cosa la trama del infinito. O, para decirlo a la manera de Paul Klee, lo visible no es más que un fragmento de lo real. Es bien sabido que, de todo aquello que compone el mundo, únicamente podemos observar un 5%. El resto son materia y energía oscura de cuyo comportamiento lo ignoramos prácticamente todo.


En virtud, tal vez, de esa visión tan fragmentaria del universo del que formamos parte, la ciencia no parece encontrar la clave que anude el aparente determinismo que gobierna las grandes magnitudes con el azar que parece imponerse a escala subatómica. Muy probablemente, las próximas décadas verán el nacimiento de una Teoría del Todo que, al combinar los hallazgos de la relatividad con los de la mecánica cuántica,  contribuya a reforzar las tesis del demonio de Laplace. Para esta criatura, que constituye, sin duda, la mejor de las metáforas acerca de una teoría general de que no hay efecto sin causa,  sería muy sencillo adivinar lo que ha sucedido o lo que sucederá en cualquier punto del espacio-tiempo. Para ello, bastaría con se le otorgara el acceso a toda la información necesaria. Para el demonio de Laplace, Dios no juega a los dados. Lo que significa que, si volviera a lanzar el mismo dado con un movimiento idéntico, volvería a poner sobre la mesa el mismo número. O, para lo que nos ocupa, el mismo universo.
 

ESTE ES UN TEXTO CON DOS TRAYECTORIAS


I. Si el universo es una trama extraordinaria, no debemos caer en la ingenuidad de imaginar que tiene un único centro. Como dijo Pascal, recogiendo una larga tradición, “Dios es una esfera cuya circunferencia está en todas partes y el centro en ninguna". Un círculo con un centro ubicuo es una geografía que satisface la imaginación humana.  Cualquiera de nosotros es un centro de ese formidable tapiz en el que la más pequeña de las partículas está completamente interpenetrada por todo aquello que la trasciende. En la Cena de las cenizas, Giordano Bruno  dice que “el mundo es el efecto infinito de una causa infinita y que la divinidad está más cerca y más dentro de nosotros de lo que lo estamos nosotros mismos.” Y añade, "Podemos afirmar con certidumbre que el universo es todo centro, o que el centro del universo está en todas partes”.


Nos preguntamos qué sería de nosotras si cada mañana, mientras dirigimos nuestros soñolientos pasos hacia un rincón del River´s End, poblado de cafés y de periódicos, pensáramos que ese sutra que nos acompaña significa hilo y es compañero etimológico de sutura, nudo que nos conecta al profundo hontanar sagrado del misterio. Y que los textos que llevamos con nosotras son también texos o tejidos. Porque todo sutra, y todo texto, no son más que fragmentos de un alfabeto azul donde algún Dios extraño está urdiendo la trama de una historia que un día será la nuestra...


II. Muchos son los juegos literarios que han basado en las posibilidades combinatorias de un puñado de palabras la creación de un complejo universo. En el manifiesto que acompañó la creación del Ouvroir de litérature potentielle (Oulipo), sus fundadores, Raymond Queneau y François Le Lionnais, definían la literatura potencial como “la búsqueda de nuevas formas y estructuras que podrían ser utilizadas por los autores como mejor les pareciera”. Aficionados a las sorprendentes libertades que nos depara el determinismo, no en vano se trata de un grupo de escritores aficionados a la matemática,  los “oulipos” proponen fórmulas limitadas para la creación poética. La littérature à contraintes puede partir de un corpus de diez sonetos con la misma rima, de forma tal que cada verso pueda ser sustituido por el verso correspondiente de otro soneto. Por ejemplo: el verso 1 del soneto 1 puede ser substituido por el verso 1 de cualquiera de los sonetos 2 al 10…  Las posibilidades combinatorias arrojan un número total de sonetos posibles que asciende  a nada menos que 10 elevado a la decimocuarta potencia, es decir, cien billones de sonetos. La lectura de este puñado de sonetos nos llevaría más o menos unos doscientos años. Para el diablo de Laplace sería un ejercicio extraordinariamente ingenuo. De modo que intentemos imaginarlo analizando la prodigiosa combinatoria que ha dado lugar a un ser como usted, que mira a esta improbable pantalla, hija a su vez de delicadas combinaciones, y en la que un interminable tapiz de hipervínculos le permite desplazarse por una red de informaciones virtualmente interminable. ¿Es casual que esté usted de visita en este blog o se trata de un ejemplo más del azar objetivo? 

A estas horas el River´s End  navega en la penumbra de la bahía, arrasada por una lluvia fresca tan fina y transparente como el hilo que, inadvertidamente, conecta nuestro corazón al pulso inconcebible del inconcebible universo.  El toldo de la terraza, desgarrado aquí y allá por las manos del viento, se asoma a un cielo roto donde brilla el ayer. Pues no es la menor de las maravillas que nos rodean estar mirando las luces del pasado que llegan a nosotros después de un largo viaje al corazón del Norte. Allí donde viajó una vez el gran poeta Matsuo Basho para exclamar, con sencilla palabra:


Maravilloso:
ver entre las rendijas
la Vía Láctea.


© alonso y marful

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