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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la vida secreta de una artista 8 / el arte de meditar, por supuesto sin proponérselo



































( © francesca woodman)

Se impone el silencio. A ratos es como un delicado manto de color topacio que se posa sobre las cosas.  Siempre se le ha ocurrido que la dulzura es del color del oro viejo, un suntuoso descenso de la sangre buscando la remota latitud de la infancia. Se abandona, pues, a ese descenso silencioso que arrasa la conciencia. Allí, donde no quedan palabras, hay imágenes que brotan sin conexión aparente. No siempre las ve. Sólo en algunos instantes de dejación en los que está segura de disolverse en un magma sin nombre, tiempo sin tiempo en que el alma regresa y roza los sagrados abismos de la vida. El incesante mar. La noche sin conciencia.  Entonces se despierta. Hay un punto y aparte y un guión. Un quiasma horizontal. La cesura de un verso. En ese instante, igual que si se incorporara de un satori,  pasa de ese estado de transparencia, figural, prelingüístico, a dejarse invadir por las palabras. Respeta la consigna. Dejarlas fluir, como si ella fuera el agua, torrencial, casi violenta, y arrancara a su paso pedazos de montaña, palabras que parecen desprenderse y rodar río abajo, por un cauce babélico, rojo estambul acacia ceregumil acerbo relato tierna zambra coronilla desván elevación distrajo toldo ruta deseo… Dejarlas despeñarse, romperse, desbastarse, lavarse, es-ta-cia-gu-mi-lo-bo-la-to-na-bra-ro-ván-va-dis-tol-do ruta, deseo.

Tocar apenas, con los ápices pulmonares, con los tobillos, con la lengua, las palabras que hieren al fin, las que desembocan en los mudos estuarios del dolor. Esse est percipi.

Ruta. Deseo.

La insoslayable ruta del deseo.

© alonso y marful

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