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© alonso y marful, opus nigrum, 2014 (in progress)

la estética del canibal o la liturgia del arte / cuaderno del river's end















































(marcel duchamp con uno de sus urinarios)

Querido/a lector/a: nos hemos vuelto vigilantes de la ortodoxia gramático-política y heterodoxos de la más elemental de las morales. Como diría nuestra amiga Chantal, son cosas… Eso pensábamos esta mañana mientras nos encaminábamos al River´s End, allí donde el despacho se prolonga y se asoma al milagro tenaz de la bahía.

El otoño avanza de puntillas sobre las copas de los tamarindos y el cielo va dejando de ser un cielo de postal y en días como hoy  se abisma en una turbia pesadumbre de plomo.  Pasan los días y los temas van y vienen, igual que las mareas, no obstante algunos se quedan un rato entre nosotros. Ese ha sido el caso de Marina Abramovic, con la que hemos estado "coexistiendo", en amoroso pugilato, durante la última semana. Habíamos estado mirando y remirando sus performances,  e incluso nos habíamos enterado de que la galería Sean Kelly, de Nueva York, vende las fotos de la guru serbia al módico precio de 40.000 $ la más barata. Por si alguien con la liquidez suficiente se sientiera tentado de darse un capricho, nosotras nos permitimos recordarle las tesis de Benjamin. El carácter aurático de la obra, como defendía el infortunado Walter, es inversamente proporcional al número de reproducciones mecánicas en que incurra el artista. 

Hablar de performances, por más que nosotras mismas estamos en vena performadora, es como destapar la caja de los truenos. A cualquiera se le ocurre preguntar por qué un tipo paseando por el malecón del puerto es sólo un tipo paseando por el malecón del puerto y si, pongamos por caso, echamos al mismo tipo a pasear por el Casal Solleric, en horario de apertura al público y con la señalética adecuada, ese tipo se habrá convertido en una obra de arte. El caso es que, mientras devorábamos Kaffe und Kuche al módico precio de 2.50 €, trajimos a colación a las escuelas de Moscú, Tartu, Praga, Frankfurt y el sursuncorda y no quedó Lotman con Tinianov que no invocáramos en nuestra ayuda. Es curioso, sin embargo, que, cada vez que se suscita semejante cuestión, sea el más expeditivo y lúcido de los Mukarovsky el que nos saque del brete. Para abreviar: un tipo que se pasea por el malecón es un “artefacto” y, apenas el mismo tipo se sitúa en el contexto pragmático de un museo, el horizonte de recepción que inmediatamente suscita lo trasmuta, por obra y gracia, en un “objeto estético”. Razón que explica la sacralización de la celebérrima fuente de Duchamp, sin ir más lejos, como el acta fundacional del arte conceptual y, sin duda, como uno de los iconos indiscutibles del arte del siglo XX. Al cambio, que el urinario en cuestión es un "artefacto" y el mismo artefacto trasmutado en ready made por el genio duchampiano, exhibido en la galería 291 con la complicidad del Joseph Stiglitz  y renombrado Fontaine –es imprescindible recordar que corría la primavera de 1917- es un “objeto estético”.

Lo divertido del café, con todo, lo puso la propia Abramovic, ocupada a la sazón en la dirección artística de la gala anual del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (MOCA). La fiesta, genuinamente “abramovic”,  y por más que la artista no ha cobrado un duro por organizarla, ha traído cola. Cumplimos con contaros que las mesas estaban decoradas con floreros humanos, cabezas que habían sido elegidas tras un casting extenuante con el único objeto de emerger del mantel y permanecer más o menos sin mover pestaña durante las cuatro horas que duró la ceremonia. Mientras tanto, algunos artistas se encargaban de reproducir famosas performances de Marina Abramovic. Aunque hemos escrutado las fotos publicadas por el Style Magazine del New York Times, únicamente hemos podido ver aquella en la que la performer se agitaba debajo de un esqueleto en su particular danza de la muerte. No obstante,  el broche de oro lo puso un pastel que reproducía con perturbador realismo la figura de la artista y que fue cocinado por el foodartist  Raphael Castoriano.  La controvertida liturgia, a la que asistieron 769 invitados, concluyó con la ingesta ritual de la sagrada forma de la Abramovic, no sabemos si con algún que otro irónico y postmoderno “amén” por parte del respetable.

Imaginamos que a nadie se le escapa el carácter paródico del gesto. Igual que Cristo instituyó el sacramento de la eucaristía durante la última cena, celebrando con los apóstoles el memorial de la pasión, Marina Abramovic aprovechó la gala del MOCA para hacer lo propio con su Artist Life Manifesto.

A la incombustible Abramovic sólo le quedó entregar, con los postres, un ejemplar del misal de Pio V, más que nada por aquello del accipite et manducate, hic est corpus meum.  Por lo demás, según cuentan las sanguijuelas de Internet, a sus sesenta y cinco años Marina Abramovic sigue estando buenísima.

© alonso y marful

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