(de la serie cómo nombrar el grito © alonso y marful)
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3.- Abolir el compromiso con las palabras. En su locura, Hölderlin es más lúcido que cualquiera de nosotros. Pallacksh, pallacksh, dice. Un balbuceo sin código, aunque no sin sentido. Salvo en los asuntos más triviales, cada vez que decimos sí o no sacrificamos aquello que se opone a la afirmación o a la negación. Recordar a Freud cuando hace prevalecer la latencia sobre lo manifiesto, el fondo sobre la superficie. Recordar a Beckett cuando señala que todo lenguaje se “aparta” del significado que persigue. Recordar a Celan cuando dice que todo poema tiende al silencio. Recordar sin otro afán que hacer justicia a aquello que nos humaniza: la memoria. Sin el menor asomo de coquetería intelectual. Ya no. Sin recurrir a la auctoritas. Sin buscar aliados para la ceremonia trágica de lo imposible.
4.- Hablamos, pues, de un dolor que demanda traducción. Traducir al lenguaje es abrir una vía de escape al dolor. He aquí la razón por la que hacemos cosas con el lenguaje, con los lenguajes. Y he aquí la razón por la que lo hacemos aun asumiendo que todo lenguaje nos desvía, obediente a la tropología de un psiquismo que nos protege de nosotros mismos mediante la imposibilidad de la denotación pura: metáfora y desplazamiento. Y asumiendo, es más, que no podría no desviarnos, puesto que no se puede decir con un lenguaje articulado aquello que procede del lugar de lo inarticulado, de lo que nos desarticula: el desfallecimiento del sentido en el espanto de la finitud. No pretendemos que esto que designamos como un radical antropológico se revele constantemente y en cualquier circunstancia. Defendemos, por el contrario, que, como sostiene Heidegger, este ser para la muerte, condición espantosa del Dasein, sólo alcanza a expresarse en la revelación poética. De ese hacer (poiein) que es el arte.
5.- La muerte actúa en nosotros desde el principio, en una forma que nos produce “extrañamiento” y que nos “confina”. Son las palabras de Heidegger. Lo cotidiano –la vida- que, conteniendo in nuce su propia extinción, nos hace continentes de lo siniestro. Es siniestro que vivamos si estamos abocados a morir. Siniestro que el polvo –quia pulvis eris- iluminado por la conciencia vuelva al polvo sin conciencia –et in pulverem reverteris-. La muerte, lo un-heimlich freudiano, es, por antonomasia, ese ser no ya, como dice Heidegger, para la muerte sino habitado desde el origen por la muerte.
6.- Re-presentar, pues, la muerte que nos acecha desde adentro. Hacerlo de modo que, lejos de cualquier frivolidad, pueda al menos sugerir ese universal espanto que nos aqueja. Un rostro blanco. Simbólicamente borradas las huellas que delatarían nuestra pertenencia a un género o a una raza. Un rostro que abre los ojos, sabedor de que en ese y en cualquier otro momento algo cava en él su propia tumba, y que los cierra en un gesto de rendición anticipado. Cerrar los párpados a la luz. Dejar que advenga a nosotros la in-consciencia que toda muerte significa. Curiosamente, no sabemos imaginarnos sin conciencia. Incluso en nuestros ejercicios de imaginación póstuma nos imaginamos como ese algo inmaterial que, a despecho de cualquier argumento, todavía y eternamente piensa. La herida, ritual, se practica con un cúter sobre la frente. La herida es real. Su significación, lo universal de su simbolismo, queda librada a la plasticidad de cada imaginario. Si la imagen ha conseguido remover algo del orden de lo indecible en quien la mira, habremos logrado despertar una emoción que trasciende nuestra subjetividad y nos anuda al grito que nos recorre. Que compartimos.
Procedimiento para hacerse una herida incisa
Tómese una lámina metálica provista de un borde cortante del tipo de un bisturí, una navaja o un cúter. El deslizamiento del corte sobre la superficie cutánea provocará una solución de continuidad nítida con penetración en los tejidos, una herida incisa de bordes regulares y bien delimitados. La herida presentará dos dimensiones: extensión y profundidad. La longitud del corte debe superar la profundidad. Los bordes serán limpios y estarán bien irrigados. La separación de los bordes será mayor cuanto más perpendicular sea el corte a las líneas de Langer que discurren de un lado a otro de la frente.
Este es el testimonio de una performance. Obviamente, la verdadera performance no está en la herida, sino en la cavidad que se aloja detrás de la herida.
© alonso y marful
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